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martes, septiembre 25, 2007

Osnabruck & Teheran


Dreyer y Mashayekhi, tal para cual ¿se rien de nosotros?

Una orquesta alemana en Teherán
Por Julián Schvindlerman

Rara es la ocasión en la que un analista político se ve inclinado a reflexionar sobre un concierto de música clásica. Pero éste no fue un concierto ordinario. Cuando la Orquesta Sinfónica de Osnabruck tocó la Obertura Leonore de Beethoven, el Concierto No. 3 de Elgar, y la Cuarta Sinfonía de Brahms a fines de agosto en Teherán, sus músicos quebraron un tabú impuesto por los revolucionarios khomeinistas y llevaron música clásica occidental –por primera vez en 28 años, aparentemente- a la tierra en la que los ayatollhas la habían declarado ilegal. Tan seriamente se habían tomado los gobernantes iraníes este asunto, que, según el periódico ABC de España, si la televisión es autorizada a emitir conciertos, los instrumentos no deben ser jamás mostrados. Aún así, “hay gente que no ve la televisión para evitar escuchar música” ha explicado al Financial Times el director de la sinfónica iraní Nader Mashayekhi. En el año 2005, el actual presidente iraní recomendó a radios y televisoras no transmitir música occidental; la “recomendación” del dictador no fue completamente acatada, más la música occidental sigue siendo una rareza en Irán. Mahmoud Ahmadinejad no asistió al concierto, pero sí lo hicieron 900 selectos invitados entre los cuáles se encontraba el Ministro de Cultura y hubo una excitada recepción popular
La coincidencia del concierto histórico con un feriado nacional en el que los diarios no se publican podría haber influido en la mezquina cobertura periodística local ante lo que fuera de las fronteras de Irán ha sido presentado como un evento trascendental. “Pareciera que el concierto nunca hubiera ocurrido: nadie ha reportado nada acerca de él” protestaba ante la agencia noticiosa Associated Press un ciudadano iraní. Aún así, es dable suponer que todo el asunto pudo haberse tratado de un ejercicio de diplomacia cultural orquestado (para usar libremente el término) por las autoridades de un país bajo observación internacional por su programa clandestino de enriquecimiento de uranio, por su promoción del terrorismo desde Irak y Afganistán hasta El Líbano y la Franja de Gaza, y por sus llamados a la aniquilación de Israel. De integración cultural o intercambio musical ciertamente no se trató: el servicio secreto impidió a los músicos iraníes entablar contacto con ninguno de sus sesenta pares alemanes.
Pero más allá de la motivación iraní, es la conducta de estos músicos alemanes lo verdaderamente perturbador. En momentos en que el mundo libre se debate cómo contener la agresividad de la República Islámica, en que en el recinto de las Naciones Unidas se estudian nuevas sanciones y la imposición de embargos militares, en tiempos en los que algunas naciones contemplan la posibilidad de la guerra de ser necesario para privar a los ayatollhas anti-beethovianos de su arma nuclear, galantemente ellos van a maquillar políticamente a Teherán, a camuflar la imagen internacional de un estado hostil detrás de la cortina de un acontecimiento cultural, a silenciar el sentimiento anti-occidental del Irán de Ahmadinejad con los acordes sonoros de una tolerancia inexistente. Que cultura y política no se deberían mezclar sería un punto a considerar sino fuera porque el propio impulsor de la iniciativa, el alemán Michael Dreyer, las mezcló. Y lo hizo a favor de Irán. Ha dicho que las guerras no son buenas, que su música aspiraba a evitar toda opción militar y que un ataque a Irán “supondría el mayor desastre imaginable para el mundo”. ¿Mayor que un hongo nuclear sobre Berlín? Hemos de suponer que sí.

En las semanas previas al arribo de la orquesta alemana a Teherán, mientras sus músicos ensayaban en la localidad de Osnabruck si tal o cuál nota debía ser elevada o si tal o cuál violín habría sonado demasiado sutilmente, en Irán, al menos 118 personas fueron ejecutadas por ahorcamiento y cuatro lapidadas. Otras 150 ya habían sido condenadas a muerte por ahorcamiento o lapidación para las siguientes semanas, según informara Saeed Mortazavi, el fiscal general islámico. Algunas de las ejecuciones han sido televisadas. Desde el 21 de marzo, comienzo del nuevo año iraní, unos treinta activistas -entre gremialistas, estudiantes, periodistas o clérigos disidentes- han desaparecido. Desde abril, conforme ha anunciado Ismael Muqaddam, comandante de la policía islámica, alrededor de 430.000 hombres y mujeres fueron arrestados bajo cargos de consumir o comercializar drogas. Otros 4200 fueron detenidos por “patoterismo” solamente en Tehéran. Desde la institución del nuevo código de vestimenta islámico en mayo del año pasado por el parlamento, cerca de un millón de hombres y mujeres han sido arrestados. La mayoría ha estado detenida unas horas o unos días, ha explicado Muqaddam, pero para principios de agosto, al menos 40.000 permanecían encarcelados. Según Hussein Zulfiqari, subjefe de la policía, más de 3100 parejas no casadas han sido arrestadas bajo cargos de “proximidad sexual”. Tal ha sido la represión interna y tantos los detenidos que el titular del servicio penitenciario nacional, Ali-Akbar Yassaqi, solicitó una moratoria de arrestos. Dijo que las 150.000 personas actualmente encarceladas triplicaban la cantidad de prisioneros que las cárceles iraníes podían albergar. Las 130 prisiones oficiales que Irán posee no resultan suficientes para Ahmadinejad. Ya se ha ordenado la construcción de otras 33 prisiones en tanto que hay trabajo en curso para transformar 41 edificios públicos en cárceles. Asimismo, más de 25.000 gremialistas han sido despedidos, 3000 estudiantes expulsados, 4000 sitios de internet bloqueados, 30 periódicos y revistas clausurados, y 17 periodistas arrestados de los cuáles dos han sido sentenciados a muerte. (Para mayor información ver la nota de Amir Taheri, “Domestic Terror in Iran” publicada en The Wall Street Journal el 6/8/7).

A la luz de este escalofriante cuadro, la intención anunciada de Michael Dreyer, el músico-líder de Osnabruck, de dar un concierto en Teherán para mostrar que en Irán “hay lugar para la vida, más allá de la imagen habitualmente mostrada”, luce morbosamente desubicada. No menos fuera de lugar, cabe acotar, resulta la liviana indiferencia con la que los músicos alemanes han tomado las amenazas genocidas iraníes contra los casi 6 millones de judíos que viven en Israel. Durante la Segunda Guerra Mundial, el obispo Berning de Osnabruck fue un simpatizante nazi que envió un ejemplar de un libro de su autoría a Hitler “como signo de mi veneración” y que fue nombrado miembro del Consejo de Estado de Prusia por el alto jerarca nazi Goering. Que ahora los 60 músicos de la Orquesta Sinfónica de Osnabruck toquen para un nuevo Hitler, es un signo de lo poco que han cambiado algunas cosas en algunos lugares.

Una vez más la "cultura", la "intelectualidad", el "arte" demuestra su valentía poniéndose del lado de aquellos que no solo los prohiben sino que acabarían gustosos con sus vidas en cuanto tengan la ocasión. Allá se van ellos a defender la teocracia y la falta de libertad del régimen iraní. ¡Con un par ...! igual quieren ser escudos humanos cuando llegue la ocasión, que llegará. Mejor, cuantos más vayan menos nazis quedarán.

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