La basura de Amnistía Internacional
Andrés nos hace llegar este buen artículo vía http://infotzion.wordpress.com:
Entre Moynihan y Librescu.
Entre Moynihan y Librescu.
Por Gustavo Perednik (Fuente: El Catoblepas)
Borges advertía de no convertir la ética en una rama de la estadística, vicio que podría empujar a erróneas conclusiones, por ejemplo que la Segunda Guerra Mundial estalló por una agresión anglonorteamericana contra la inocente Alemania. Ello se deduciría de descontextualizar algunas cifras: durante la contienda fueron muertos cerca de diez mil civiles estadounidenses y unos cien mil británicos, cifras que contrastadas con los casi dos millones de civiles alemanes caídos podría hacer sospechar que el Tercer Reich fue veinte veces más víctima que sus enemigos.
Acaso así lo habría planteado Amnistía Internacional, cuyo reciente informe acerca del año 2006 condena a Israel por «crímenes de guerra» durante la Segunda Guerra en el Líbano (12 de julio/14 de agosto de 2006).
A.I. se basa en una asimetría insustancial: que han muerto miles de civiles libaneses y «apenas» centenares de hebreos. No repara en la causa de la asimetría: mientras el ejército israelí protege a sus civiles, los grupos terroristas como Hezbolá usan cínicamente a sus propios niños como parapetos para lanzar la agresión.
Por medio de disparar sus misiles desde aldeas indefensas, los islamistas especulaban con que, cuando llegara la represalia israelí, sus mecenas mediáticos se apresurarían en exhibir a los judíos como agresores. Su cálculo mostró estar bien fundado y por ello fueron favorecidos por las agencias de noticias.
Consistentemente antiisraelíes, los informes de A.I. revelan una conspicua tendenciosidad. Mucho más que Norcorea o Arabia Saudí, el país judío es permanente blanco de sus monitoreos. El Centro de Asuntos Públicos de Jerusalém publicó en 2004 un estudio que compara los informes de A.I. contra Israel con aquellos emitidos acerca de Sudán (éste es un excelente ejemplo después de que dos décadas de violencia étnica y religiosa resultaran en dos millones de muertos y cuatro millones de refugiados). Durante 2001 A.I. produjo siete informes sobre Sudán y 39 sobre Israel.
Del estudio se desprenden dos datos elocuentes:
1) A.I. ignoró la destrucción de decenas de aldeas sudanesas, pero condenó una y otra vez la destrucción de cada casa palestina, aun cuando éstas sirvieran de refugio para terroristas;
2) A.I. soslayó miles de asesinatos de civiles sudaneses, pero criticó acremente cada muerte de terroristas activos a manos del ejército israelí.
Pese a las críticas a su parcialidad, A.I. no modificó su rumbo y hasta 2003 produjo 52 informes sobre Sudán y 192 sobre Israel.
Este año, para envolver su antisionismo en un manto de pretendida ecuanimidad, el informe de A.I. también critica al Hezbolá. La equiparación es de por sí agraviante, ya que pone en un mismo plano una sociedad pujante y democrática de casi siete millones de habitantes, con una banda terrorista teocrática de algunos miles que difunde en el sur libanés el odio de los ayatolás.
A.I. pone en un mismo plano a un país que actúa bajo la ley para aplicar su inalienable derecho de autodefensa, con una caterva que esgrime el Corán para bombardear las ciudades de la Galilea con el objeto explícito de destruir nuestro país.
Israel no tiene ningún reclamo frente al Líbano, y está dispuesto a firmar con esta nación un tratado de paz sin condiciones, tal como lo hiciera en el pasado (17 de mayo de 1983) hasta que el régimen fascista sirio obligó a que el tratado fuera unilateralmente anulado (los medios jamás volvieron a mencionar este tema para que nadie dedujera que Israel quiere paz).
Sin duda los civiles libaneses sufrieron descomunalmente durante la guerra. Sin embargo, aunque no llame la atención de la prensa ni de AI, los civiles israelíes también sufren: cientos de miles de hebreos fueron repetidamente evacuados de sus hogares y albergados en refugios, tal como le está ocurriendo en estos días a la población de la ciudad de Sederot debido a la agresión de misiles del Hamás, ante la indiferencia de A.I. y del mundo.
Síndrome confirmado
Presidida hoy por una mujer musulmana, A.I. fue fundada en julio de 1961 por un abogado de origen judío que se había convertido al catolicismo pocos años antes. Se trata de un grupo de presión que promueve derechos humanos, aunque sólo en ciertos países.
Su rama española presentó en mayo de 2004 en Barcelona un informe del conflicto de Oriente Medio en el que se alinea abiertamente con una de las partes y reclama que el gobierno español se oponga aun más de Israel. Su director, Esteban Beltrán, hace caso omiso al volcán del terrorismo islamista, y fiel al bizantinismo suicida de la extrema izquierda, exhorta a los españoles a distanciarse de Israel.
Ese año un profesor de filosofía de la Universidad de Carolina del Norte, Don Habibi, condenó a A.I. en estos términos:
Su obsesión sería sensata si Israel fuera el peor violador de derechos humanos en el mundo. Pero cualquier criterio objetivo mostraría que ello no es cierto. Incluso si salteáramos causa y efecto, y la necesidad de Israel de enfrentar una guerra existencial, nunca podría compararse su contienda con las de Sudán, Argelia o Congo. Como la de la ONU, la posición de la A.I. se relaciona más con la política que con los derechos humanos.
El sociólogo Daniel Patrick Moynihan, quien activó con los Kennedy en el Partido Demócrata norteamericano y fue embajador de su país en la ONU a mediados de la década del setenta, acuñó un principio que lleva su nombre y reza más o menos así: «La cantidad de violaciones de derechos humanos en un país es inversamente proporcional a la cantidad de quejas sobre derechos humanos que se oyen en ese país». Cuantas más protestas hay en algún lugar, más protegidos parecen estar allí los derechos humanos.
Aunque no se deduce de las ciencias exactas, la ocurrente definición refleja un aspecto olvidado de la realidad: como los Estados que más violan los derechos humanos también ahogan la libertad de expresión, las quejas provendrán habitualmente desde las zonas en donde es posible protestar.
Un estudio de este año mostró que A.I. dedicó 48 documentos a Israel, 37 a Sudán, 17 a Hezbolá, 10 a la Autoridad Palestina y 2 a Arabia Saudí.
La crítica ante datos tan contundentes generó una ilustrativa respuesta de parte del representante de A.I. en Israel, Amnon Vidan. Por un lado, éste admitió que a la organización le cuesta mucho contar con precisión los civiles libaneses muertos, debido a que los terroristas de Hezbolá en general no están uniformados y por ese detalle se los incluye en la categoría de «civiles». Pero por otro lado Vidan reiteró un principio moralmente pérfido: que A.I. espera de Israel un compartimiento mejor que el de sus enemigos precisamente por ser una democracia. Así se ratifica el síndrome Moynihan.
Al momento de juzgar, A.I. será más estricta con los defensores de los derechos humanos que con quieres los infringen.
Hay precedentes. Cuando se publicaron las caricaturas que mucho enojaron al mundo musulmán (30 de septiembre de 2005) A.I. aseveró que «el derecho a la libre opinión y expresión no es absoluto… conlleva responsabilidades y puede ser objeto de restricciones a fin de salvaguardar los derechos de otros…» En contraste, A.I. nunca ha salido en defensa del «otro» cuando éste es el judío, objeto en los países árabes de frecuentes campañas deshumanizadoras.
A.I. reprende a Occidente cuando se defiende y cuando expresa libremente opiniones polémicas, pero perdona a sus enemigos cuando atacan y cuando difaman. Como no se trata de regímenes democráticos, pareciera que hay que ser más condescendiente con ellos.
Junto a Moynihan cabe recordar a otro prohombre que bien simboliza la guerra que nos ha impuesto el islamismo. Cuando se produjo la masacre de 32 personas en la Universidad de Virginia (16 de abril de 2007) se destacó el heroísmo de un matemático israelí, Livio Librescu, sobreviviente del Holocausto y profesor de aerodinámica. A los 76 años de edad, Librescu usó su propio cuerpo como barricada para trabar la puerta del aula donde dictaba clase, y así impidió que el asesino Cho Seung-Hui ingresara a la sala de conferencias. Salvó de este modo la vida de sus estudiantes, que escaparon por las ventanas hasta que Librescu fue ultimado a balazos.
Israel es Librescu: para sostener el portal de Occidente y sus libertades amenazadas, el país resiste solo la agresión de grupos como Hamás y Hezbolá. En lugar de gratitud, en general cosecha en los medios occidentales la acre incomprensión de aquellos a quienes está defendiendo. Parece que tienden a identificarse con los enemigos de Israel porque éstos no son democráticos, ergo hay que disculparlos.
Borges advertía de no convertir la ética en una rama de la estadística, vicio que podría empujar a erróneas conclusiones, por ejemplo que la Segunda Guerra Mundial estalló por una agresión anglonorteamericana contra la inocente Alemania. Ello se deduciría de descontextualizar algunas cifras: durante la contienda fueron muertos cerca de diez mil civiles estadounidenses y unos cien mil británicos, cifras que contrastadas con los casi dos millones de civiles alemanes caídos podría hacer sospechar que el Tercer Reich fue veinte veces más víctima que sus enemigos.
Acaso así lo habría planteado Amnistía Internacional, cuyo reciente informe acerca del año 2006 condena a Israel por «crímenes de guerra» durante la Segunda Guerra en el Líbano (12 de julio/14 de agosto de 2006).
A.I. se basa en una asimetría insustancial: que han muerto miles de civiles libaneses y «apenas» centenares de hebreos. No repara en la causa de la asimetría: mientras el ejército israelí protege a sus civiles, los grupos terroristas como Hezbolá usan cínicamente a sus propios niños como parapetos para lanzar la agresión.
Por medio de disparar sus misiles desde aldeas indefensas, los islamistas especulaban con que, cuando llegara la represalia israelí, sus mecenas mediáticos se apresurarían en exhibir a los judíos como agresores. Su cálculo mostró estar bien fundado y por ello fueron favorecidos por las agencias de noticias.
Consistentemente antiisraelíes, los informes de A.I. revelan una conspicua tendenciosidad. Mucho más que Norcorea o Arabia Saudí, el país judío es permanente blanco de sus monitoreos. El Centro de Asuntos Públicos de Jerusalém publicó en 2004 un estudio que compara los informes de A.I. contra Israel con aquellos emitidos acerca de Sudán (éste es un excelente ejemplo después de que dos décadas de violencia étnica y religiosa resultaran en dos millones de muertos y cuatro millones de refugiados). Durante 2001 A.I. produjo siete informes sobre Sudán y 39 sobre Israel.
Del estudio se desprenden dos datos elocuentes:
1) A.I. ignoró la destrucción de decenas de aldeas sudanesas, pero condenó una y otra vez la destrucción de cada casa palestina, aun cuando éstas sirvieran de refugio para terroristas;
2) A.I. soslayó miles de asesinatos de civiles sudaneses, pero criticó acremente cada muerte de terroristas activos a manos del ejército israelí.
Pese a las críticas a su parcialidad, A.I. no modificó su rumbo y hasta 2003 produjo 52 informes sobre Sudán y 192 sobre Israel.
Este año, para envolver su antisionismo en un manto de pretendida ecuanimidad, el informe de A.I. también critica al Hezbolá. La equiparación es de por sí agraviante, ya que pone en un mismo plano una sociedad pujante y democrática de casi siete millones de habitantes, con una banda terrorista teocrática de algunos miles que difunde en el sur libanés el odio de los ayatolás.
A.I. pone en un mismo plano a un país que actúa bajo la ley para aplicar su inalienable derecho de autodefensa, con una caterva que esgrime el Corán para bombardear las ciudades de la Galilea con el objeto explícito de destruir nuestro país.
Israel no tiene ningún reclamo frente al Líbano, y está dispuesto a firmar con esta nación un tratado de paz sin condiciones, tal como lo hiciera en el pasado (17 de mayo de 1983) hasta que el régimen fascista sirio obligó a que el tratado fuera unilateralmente anulado (los medios jamás volvieron a mencionar este tema para que nadie dedujera que Israel quiere paz).
Sin duda los civiles libaneses sufrieron descomunalmente durante la guerra. Sin embargo, aunque no llame la atención de la prensa ni de AI, los civiles israelíes también sufren: cientos de miles de hebreos fueron repetidamente evacuados de sus hogares y albergados en refugios, tal como le está ocurriendo en estos días a la población de la ciudad de Sederot debido a la agresión de misiles del Hamás, ante la indiferencia de A.I. y del mundo.
Síndrome confirmado
Presidida hoy por una mujer musulmana, A.I. fue fundada en julio de 1961 por un abogado de origen judío que se había convertido al catolicismo pocos años antes. Se trata de un grupo de presión que promueve derechos humanos, aunque sólo en ciertos países.
Su rama española presentó en mayo de 2004 en Barcelona un informe del conflicto de Oriente Medio en el que se alinea abiertamente con una de las partes y reclama que el gobierno español se oponga aun más de Israel. Su director, Esteban Beltrán, hace caso omiso al volcán del terrorismo islamista, y fiel al bizantinismo suicida de la extrema izquierda, exhorta a los españoles a distanciarse de Israel.
Ese año un profesor de filosofía de la Universidad de Carolina del Norte, Don Habibi, condenó a A.I. en estos términos:
Su obsesión sería sensata si Israel fuera el peor violador de derechos humanos en el mundo. Pero cualquier criterio objetivo mostraría que ello no es cierto. Incluso si salteáramos causa y efecto, y la necesidad de Israel de enfrentar una guerra existencial, nunca podría compararse su contienda con las de Sudán, Argelia o Congo. Como la de la ONU, la posición de la A.I. se relaciona más con la política que con los derechos humanos.
El sociólogo Daniel Patrick Moynihan, quien activó con los Kennedy en el Partido Demócrata norteamericano y fue embajador de su país en la ONU a mediados de la década del setenta, acuñó un principio que lleva su nombre y reza más o menos así: «La cantidad de violaciones de derechos humanos en un país es inversamente proporcional a la cantidad de quejas sobre derechos humanos que se oyen en ese país». Cuantas más protestas hay en algún lugar, más protegidos parecen estar allí los derechos humanos.
Aunque no se deduce de las ciencias exactas, la ocurrente definición refleja un aspecto olvidado de la realidad: como los Estados que más violan los derechos humanos también ahogan la libertad de expresión, las quejas provendrán habitualmente desde las zonas en donde es posible protestar.
Un estudio de este año mostró que A.I. dedicó 48 documentos a Israel, 37 a Sudán, 17 a Hezbolá, 10 a la Autoridad Palestina y 2 a Arabia Saudí.
La crítica ante datos tan contundentes generó una ilustrativa respuesta de parte del representante de A.I. en Israel, Amnon Vidan. Por un lado, éste admitió que a la organización le cuesta mucho contar con precisión los civiles libaneses muertos, debido a que los terroristas de Hezbolá en general no están uniformados y por ese detalle se los incluye en la categoría de «civiles». Pero por otro lado Vidan reiteró un principio moralmente pérfido: que A.I. espera de Israel un compartimiento mejor que el de sus enemigos precisamente por ser una democracia. Así se ratifica el síndrome Moynihan.
Al momento de juzgar, A.I. será más estricta con los defensores de los derechos humanos que con quieres los infringen.
Hay precedentes. Cuando se publicaron las caricaturas que mucho enojaron al mundo musulmán (30 de septiembre de 2005) A.I. aseveró que «el derecho a la libre opinión y expresión no es absoluto… conlleva responsabilidades y puede ser objeto de restricciones a fin de salvaguardar los derechos de otros…» En contraste, A.I. nunca ha salido en defensa del «otro» cuando éste es el judío, objeto en los países árabes de frecuentes campañas deshumanizadoras.
A.I. reprende a Occidente cuando se defiende y cuando expresa libremente opiniones polémicas, pero perdona a sus enemigos cuando atacan y cuando difaman. Como no se trata de regímenes democráticos, pareciera que hay que ser más condescendiente con ellos.
Junto a Moynihan cabe recordar a otro prohombre que bien simboliza la guerra que nos ha impuesto el islamismo. Cuando se produjo la masacre de 32 personas en la Universidad de Virginia (16 de abril de 2007) se destacó el heroísmo de un matemático israelí, Livio Librescu, sobreviviente del Holocausto y profesor de aerodinámica. A los 76 años de edad, Librescu usó su propio cuerpo como barricada para trabar la puerta del aula donde dictaba clase, y así impidió que el asesino Cho Seung-Hui ingresara a la sala de conferencias. Salvó de este modo la vida de sus estudiantes, que escaparon por las ventanas hasta que Librescu fue ultimado a balazos.
Israel es Librescu: para sostener el portal de Occidente y sus libertades amenazadas, el país resiste solo la agresión de grupos como Hamás y Hezbolá. En lugar de gratitud, en general cosecha en los medios occidentales la acre incomprensión de aquellos a quienes está defendiendo. Parece que tienden a identificarse con los enemigos de Israel porque éstos no son democráticos, ergo hay que disculparlos.
Nada nuevo en la postura partidista de Amnistía Internacional. Se limita a repetir el incombustible discurso del pensamiento único políticamente correcto. No podemos olvidar que eurabia decidió rendirse hace mucho y comprar así una seguridad endeble y pequeñita, siempre amenazada por los "matones" a los que no se atreve a enfrentarse. Y cuando alguien planta cara, en este caso Israel, se lo reprocha y acusa de buscar la violencia. ¿Será, entre otras cosas, porque siente vergüenza cuando otros hacen lo que debería ser su obligación y no se atreve a llevar acabo? será, será ... entre otras cosas.
Etiquetas: Noticias desde eurabia
1 comentarios:
muy bueno el dibujo,Paco
De Anónimo, A las 6/11/2007 3:09 p. m.
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