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lunes, diciembre 03, 2007

Annapolis IV

¿Será Annápolis diferente a Camp David?
por George Chaya
(analista político internacional y ex director de la oficina latinoamericana del Movimiento de la Revolución de los Cedros.)
http://www.elreloj.com/article.php?id=24958
La Secretario de Estados norteamericana Condoliza Rice ha expresado claramente cómo espera que se desenvuelva la administración Bush en el actual proceso de paz palestino-israelí. El rais palestino, Mahmoud Abbás, y el primer ministro israelí, Ehud Olmert, celebran encuentros previos con el fin de definir los elementos más importantes de un futuro acuerdo. Finalmente, el dossier preliminar se presentará en una conferencia internacional congregada en Annápolis, Maryland, a finales de este noviembre.
Aunque es más que evidente que tanto palestinos como israelíes tienen claras sus propias posturas, el resultado final de la cumbre no es evidente. Las partes en juego entienden que la particularidad de Anápolis “es que el resultado está acordado de antemano”.
Lo que sigue en el terreno de lo incierto e impredecible es que los acuerdos a los que se pueda llegar vayan a ser implementados definitivamente, dado que el devenir de la historia nos muestra que las partes esgrimen argumentos posteriores a cualquier acuerdo que dan al traste con las aproximaciones logradas.
La jefa de la diplomacia israelí, Tzipi Livni, ratificaba en Jerusalén a su homóloga norteamericana que la seguridad de Israel está por encima de cualquier exigencia, incluyendo la creación de un estado palestino. La ministra israelí de Exteriores tiene muy clara la diferencia entre dirigentes palestinos "pragmáticos" y el movimiento islamista Hamas.
Para Livni, la dirección pragmática palestina debe entender que la puesta en marcha de futuros acuerdos solamente tendrá lugar en cumplimiento a las fases de la Hoja de Ruta, aunque el escollo mayor es que este plan de paz internacional se encuentra en punto muerto. Esto significa que lo primero es la seguridad de Israel y después la creación de un Estado palestino. Las declaraciones de la Jefe de la diplomacia israelí indican que su gobierno no quiere un nuevo estado terrorista en la región, puesto que ello no está dentro de los intereses de Israel, ni de la dirección palestina. Hasta aquí no hay elementos negativos que puedan ser apreciados por los países árabes moderados.
Pero Livni ha insistido en una Jerusalén indivisible como capital, y no se pronuncia en materia de “permitir el retorno de los refugiados palestinos”.
Por la parte árabe, los palestinos han igualado las condiciones israelíes negándose a reconocer a Israel en cualquier frontera, insistiendo después en unas fronteras “de 1967” que tampoco reconocieron nunca cuando existían, y exigiendo un derecho incondicional de “los refugiados” a volver a la Palestina histórica (con la consiguiente destrucción de Israel desde el nivel demográfico).
Es evidente que el proceso previo se está impulsando a partir de la premisa de que las partes pueden ser llevadas a aceptar -- o que ya han aceptado entre bambalinas -- el llamado Plan de Taba del año 2000.
Recordemos que Taba fue desarrollado tras la fracasada reunión de Camp David entre “representantes y negociadores técnicamente oficiosos”, estableciendo entre otras cosas:
Retirada israelí hasta las fronteras de 1967, conservando sólo los asentamientos alrededor de Jerusalén pero reduciendo el pasillo entre Haifa y Tel Aviv.
El estado palestino a crearse sería compensado con una parte de territorio israelí equivalente –posiblemente con el subpoblado Neguev.
El gobierno israelí estaría dispuesto a ceder los barrios árabes de Jerusalén como capital de un estado palestino.
Si la situación que se da realmente este noviembre es el Plan de Taba, ello reflejaría un cambio muy significativo en las posiciones de ambas partes. Es probable que el gobierno de Olmert lea en el avance global del islamismo radical que su estado se encuentra bajo la amenaza concreta de varios peligros, a saber:
En primer lugar, un escenario de vulnerabilidades crecientes en el que la principal amenaza no es una guerra convencional como las del pasado, sino los ataques de grupos terroristas sin una geografía definida operando desde células pequeñas, mimetizadas y móviles.
En segundo, el insoluble problema demográfico, siempre reforzado por el hecho de que Israel tiene comunidad árabe, pero los estados árabes tienden a no ser tan permisivos con los no musulmanes.
Tercero, la amenaza existencial ante la proliferación nuclear regional, especialmente Irán.
Y cuarto, un escenario internacional en el que Israel se encuentra cada vez más aislado debido a los que sostienen que su presunta intransigencia es la causa de la hostilidad árabe hacia Occidente. Al mismo tiempo, el miedo a Irán ha generado un reordenamiento de las prioridades en el mundo árabe.
La parte novedosa de Annápolis es que para los estados sunnitas moderados, la principal preocupación pasa a ser el peligro de un Irán nuclear. La confluencia entre los intereses e inquietudes norteamericanas, árabes, israelíes y europeos alienta la expectativa de que un acuerdo entre Israel y sus vecinos árabes pueda aliviar, o incluso resolver, sus temores comunes.
¿Cuáles serán las consecuencias de un impasse en este escenario?
En las rondas diplomáticas en curso está siendo evidente que los interlocutores de ambas partes ocupan posiciones internas inestables. La coalición que gobierna Israel colapsó y los niveles de aprobación del gabinete viven sus momentos más oscuros: imposible reclamar la soberanía popular para un cambio radical. La eliminación de los asentamientos de Cisjordania constituiría además una experiencia traumática más para Israel con el añadido de que las concesiones israelíes - retirada de los asentamientos - “son concretas, inmediatas y permanentes”, mientras que las concesiones árabes - reconocimiento de Israel y normalización de las relaciones - “son abstractas y revocables”. El sueño de Arafat de “echar a los judíos al mar” parece aproximarse conferencia tras conferencia.
Lo que sí está claro de cara al futuro más allá de Annápolis es que el proceso de paz fusionará los conflictos genéricos de Oriente Medio. La conferencia de Annapolis no será el fin de un proceso; debiera más bien ser el punto de partida de una nueva etapa a continuar en futuras administraciones. Y no debería guiarse por la agenda o el calendario político norteamericano. Si se pide a los países árabes aliados de Estados Unidos y a Israel que soporten más de lo que pueden aguantar, se corre el riesgo de tensar la situación, lo que inexorablemente acabaría en un estallido de mayor magnitud y gravedad.
Cualquier acción preliminar que presione la capacidad política de las partes impedirá el progreso definitivo y no hará sino estimular a los radicales de la región entera. Si la dirección norteamericana abandona cualquier parámetro realista con Israel y los países árabes moderados, Annápolis conducirá al aislamiento estadounidense.
La firmeza de las fuerzas de moderación depende de la postura norteamericana ya no sobre Palestina, sino en toda la región. La novedad de Annápolis no serán los resultados (nadie espera sino un fracaso), sino que al ser la primera conferencia de paz post-Irak, Estados Unidos tiene la oportunidad de poner en práctica lo aprendido. Tampoco en Palestina la influencia estadounidense se verá favorecida por una imagen de retirada.

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