En campaña
Derrochar para nada
por Gabriel Albiac (LA RAZON, 14 de mayo de 2007)
Toda esta zarabanda, para nada. Y no es imaginable que el que vota no lo sepa: se hace con su dinero, este feo espectáculo. No hay folklórica tan hortera cuanto el más comedido de los candidatos. Muy grande ha de ser su certeza de no saber ganarse el sueldo de otro modo. Para hacer, así, de caricaturas de sí mismos.
Toda esta zarabanda es un derroche loco: dinero como confetti. Dinero público. Eso nada significa. Dinero que sale del bolsillo de cada uno de nosotros. Sin excepción. No hay céntimo que tiren los partidos políticos en sus verbenas que no se haya sacado de la billetera de quienes los sufrimos. No de sus afiliados. Ni siquiera de sus ingenuos votantes. De quienes los sufrimos. De quienes preferiríamos quemar ese dinero en el fuego de la chimenea, antes que verlo pagar estupidez, mal gusto, feliz burla por parte de aquellos que con nuestro trabajo alimentan su parasitismo.
Todos la mar de sonrientes, felicísimos. Las fotos de un candidato electoral son lo más parecido a las de un lelo terminal atacado de cosquillas. Besa bebés, abraza viejecitas, soba las más inmundas convicciones de su clientela. Se conmueve, arremete contra unos fantásticos malos como de cómic para infante de menos de tres años, baila en algún sarao, finge deleite ante los manjares locales o el tintorro lugareño... Tan sólo la verdad le está proscrita. La verdad: que todo es una charanga sin sentido. Que unas elecciones municipales pueden perfectamente hacerse con campaña de máximo tres días y coste cero. Tal y como serían, si el dinero de esta farándula hubiera de salir de sus bolsillos.
Sale de los de usted, agobiado lector. Y de los míos. Sale de los de cada pobre diablo que redondea como buenamente puede sus finales de mes, atenazado por las hipotecas o la factura del cole de los niños. Sale de las escasas vacaciones y del duro matarse día a día, al cual llamamos vivir el común de los mortales. No ellos. Ellos hacen sus carísimos teatros a lo largo de tres horripilantes semanas de vulgaridad. A cambio de cuyo deslomador esfuerzo, adquieren el privilegio de vivir el resto sin dar un maldito palo al agua. Eso, si son milagrosamente honrados. Si los escrúpulos les son benévolos, no hay más que leer la ley del suelo vigente para saber en que emplearán los pocos talentos neuronales con que los dotó la madre Naturaleza. Y sí que darán un palo. Y de qué envergadura.
Ya sé que es inevitable que los políticos me roben. Y que los políticos municipales financien lo que sea -su cuenta corriente, por ejemplo- mediante suculentas recalificaciones, impecablemente ajustadas a la ley que existe. Me resigno. He aguantado ya tantas cosas en esta vida, que ésta no es la peor; sólo casi. Sea. Pero es mucho pedir que si, por la inexorable fuerza de las cosas y las leyes, deben ellos hacerse millonarios a costa de mi bolsillo, tengan la bondad, al menos, de no hacer tanto ruido; tengan la básica cortesía de no turbar el sueño de este pobre pardillo al cual esquilman. Hace mucho que renuncié a pedir honradez a los partidos. Me conformo con que, al menos, sean discretos. Pero bien sé que pido demasiado.
¡Cuanta razón tiene Albiac! Avergüenza ver tanta idiotez, tanta caradura, tanto mal gusto, tanta poca vergüenza, tantas mentiras, tantos insultos, tantas falsas promesas, ... En mi ciudad, por ejemplo, llevan desde que tenmgo memoria prometiendo una depuradora de aguas residuales. Estoy seguro de que si no la han construido ya es para poder seguir prometiéndola. Así de imbéciles son. Así de imbéciles somos. Por mantenerlos. Por votarlos.
Toda esta zarabanda, para nada. Y no es imaginable que el que vota no lo sepa: se hace con su dinero, este feo espectáculo. No hay folklórica tan hortera cuanto el más comedido de los candidatos. Muy grande ha de ser su certeza de no saber ganarse el sueldo de otro modo. Para hacer, así, de caricaturas de sí mismos.
Toda esta zarabanda es un derroche loco: dinero como confetti. Dinero público. Eso nada significa. Dinero que sale del bolsillo de cada uno de nosotros. Sin excepción. No hay céntimo que tiren los partidos políticos en sus verbenas que no se haya sacado de la billetera de quienes los sufrimos. No de sus afiliados. Ni siquiera de sus ingenuos votantes. De quienes los sufrimos. De quienes preferiríamos quemar ese dinero en el fuego de la chimenea, antes que verlo pagar estupidez, mal gusto, feliz burla por parte de aquellos que con nuestro trabajo alimentan su parasitismo.
Todos la mar de sonrientes, felicísimos. Las fotos de un candidato electoral son lo más parecido a las de un lelo terminal atacado de cosquillas. Besa bebés, abraza viejecitas, soba las más inmundas convicciones de su clientela. Se conmueve, arremete contra unos fantásticos malos como de cómic para infante de menos de tres años, baila en algún sarao, finge deleite ante los manjares locales o el tintorro lugareño... Tan sólo la verdad le está proscrita. La verdad: que todo es una charanga sin sentido. Que unas elecciones municipales pueden perfectamente hacerse con campaña de máximo tres días y coste cero. Tal y como serían, si el dinero de esta farándula hubiera de salir de sus bolsillos.
Sale de los de usted, agobiado lector. Y de los míos. Sale de los de cada pobre diablo que redondea como buenamente puede sus finales de mes, atenazado por las hipotecas o la factura del cole de los niños. Sale de las escasas vacaciones y del duro matarse día a día, al cual llamamos vivir el común de los mortales. No ellos. Ellos hacen sus carísimos teatros a lo largo de tres horripilantes semanas de vulgaridad. A cambio de cuyo deslomador esfuerzo, adquieren el privilegio de vivir el resto sin dar un maldito palo al agua. Eso, si son milagrosamente honrados. Si los escrúpulos les son benévolos, no hay más que leer la ley del suelo vigente para saber en que emplearán los pocos talentos neuronales con que los dotó la madre Naturaleza. Y sí que darán un palo. Y de qué envergadura.
Ya sé que es inevitable que los políticos me roben. Y que los políticos municipales financien lo que sea -su cuenta corriente, por ejemplo- mediante suculentas recalificaciones, impecablemente ajustadas a la ley que existe. Me resigno. He aguantado ya tantas cosas en esta vida, que ésta no es la peor; sólo casi. Sea. Pero es mucho pedir que si, por la inexorable fuerza de las cosas y las leyes, deben ellos hacerse millonarios a costa de mi bolsillo, tengan la bondad, al menos, de no hacer tanto ruido; tengan la básica cortesía de no turbar el sueño de este pobre pardillo al cual esquilman. Hace mucho que renuncié a pedir honradez a los partidos. Me conformo con que, al menos, sean discretos. Pero bien sé que pido demasiado.
¡Cuanta razón tiene Albiac! Avergüenza ver tanta idiotez, tanta caradura, tanto mal gusto, tanta poca vergüenza, tantas mentiras, tantos insultos, tantas falsas promesas, ... En mi ciudad, por ejemplo, llevan desde que tenmgo memoria prometiendo una depuradora de aguas residuales. Estoy seguro de que si no la han construido ya es para poder seguir prometiéndola. Así de imbéciles son. Así de imbéciles somos. Por mantenerlos. Por votarlos.
Al menos podrían evitarnos el martirio de la campaña de los c.... Como dice Albiac con tres días irían sobrados. ¡Para lo que tienen que decir!
Etiquetas: La España de Torrente
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio