El refugio de las trece barras
No me he olvidado del Betis. Sufro con él y por él no solo de domingo en domingo sino también día a día. La cosa no pinta bien, nada bien.
No pinta nada bien el Betis en esta temporada. Ya en verano se veía venir una situación difícil y ésta ha llegado, aunque tampoco se podía prever que el problema creciera como una bola de nieve según rueda hasta un abismo que en este caso no se sabe dónde está.
El equipo anda mal, y no es de extrañar porque ya en la pretemporada se hablaba de un año de transición, un concepto que nunca se explicó realmente y que sonaba a mediocridad. Sin grandes objetivos, sin metas que generaran un mínimo de ilusión, se configuró un plantel que en el último instante sufrió una remodelación traumática y luego la dificultad del calendario, con un arranque liguero complicadísimo, hizo que el panorama se oscureciera y que empezara a cundir el desánimo. Todo esto, sin embargo, vino precedido de una situación extraña que derivó de todo lo que sucedió en el ejercicio anterior.
Lorenzo Serra, a pesar de su carisma, se marchó del Betis sin que nadie le explicara por qué no se le renovaba el contrato. Al mismo tiempo, Lopera decidió abandonar la presidencia del club y colocar en el cargo a José León, al que ya había utilizado en otra época como parapeto —presidente sin voto y con voz para ser constantemente corregido—, con una supuesta autonomía que desde el primer instante fue un camelo porque se comprobó que su papel se limitaba a proyectar una cara amable al exterior, aunque en este loable ejercicio, como en su etapa anterior, el nazareno fue puesto en evidencia una y otra vez hasta que por la presión que empezaron a ejercer los malos resultados del equipo hubo que darle un giro a los acontecimientos.
El Betis no ganaba, se hundía irremediablemente en la tabla y poco a poco la frágil estructura del club se fue resquebrajando. Muchos de los consejeros adelantaron dimisiones y posturas de fuerza que luego se quedaron en agua de borrajas, aunque con todo en contra sí que aceptó León poner su cargo a disposición del máximo accionista. Entonces anunció Lopera una consulta a los abonados —con restricciones, por supuesto— para elegir a un nuevo presidente, pero fue pasando el tiempo entre nuevas derrotas y empates insuficientes y llegada la hora de la verdad nadie había presentado su candidatura para ocupar la presidencia bajo la sombra de Lopera —que prometió para el nuevo el mismo poder que aseguró que tendría León y que éste nunca llegó a disfrutar—, de modo que se suspendió la muy peculiar consulta propuesta.
El barco ya se tambaleaba mucho más de la cuenta y el Betis de Irureta seguía sin levantar cabeza. Surgieron las críticas hacia el técnico y de pronto se desató la tormenta.
Sigue todo igual
Hoy el presidente sigue siendo León, que después de poner su cargo a disposición de Lopera sigue prestándose a capítulos tan hilarantes como el del pasado lunes, entre otras cosas porque cuando parecía que había llegado a la conclusión de que lo más decente era dejar el cargo, se revolvió como un tigre herido para defender su sillón al escuchar el rumor de que Lopera ya habría encontrado un sustituto para él en la persona de Manuel Castaño. León se autoratificó en el cargo y dijo algo sensacional: que cuando las cosas van mal uno se tiene que quedar para arrimar el hombro y que si luego cambia el signo de la suerte y todo va mejor, para qué irse. O sea, que se quedaba en cualquier circunstancia. Enmedio de todo esto, un único consejero, el de más relevancia social (el catedrático en Cardiología Víctor López), fue coherente en la sala de juntas con lo que decía fuera de ella y dimitió, arremetiendo públicamente contra la inoperancia de León, que le respondió con su habitual grosería.
El entrenador, por su parte, lejos de lanzar mensajes optimistas y de mostrarse fuerte y con seguridad para levantar al Betis, se limita aún a poner excusas, a lamentarse, a ser ambiguo, a confiar en la divinidad y a decir que si le despiden no pasará nada. Los jugadores, por otro lado, decidieron guardar silencio con el pretexto de que tenían que encontrar a un traidor entre ellos porque se había filtrado una interioridad del vestuario, pero algunos rompen el pacto cuando quieren, hablan e incluso se permiten hacer ciertos gestos en el campo para después tener que pedir disculpas por ellos a través de la web del club. Y dos futbolistas abren un negocio de hostelería y convocan a los medios, con los que no hablan, para darse publicidad.
Mientras tanto, Lopera, que llevaba años dosificando sus comparecencias públicas, se abrió a las entrevistas para repetir, aunque se le preguntara por el tiempo, que él salvó al club en 1992 y que entonces no hicieron nada los que ahora le piden cuentas, que quien no le quiere a él no quiere al Betis y que hay que besarle los pies hasta el fin de los días. E insiste en decir de Serra barbaridades que nunca le dijo a la cara.
Ahora se deja entrever que se ha llegado a la conclusión de que hay que cambiar de entrenador, pero no hay sustituto. Trascendió la oferta a un técnico de Segunda B, Pepe Mel, pero León aclaró que el secretario técnico, Momparlet, había ido por libre al llamarlo. Mel decidió quedarse en el Rayo Vallecano y aquí sigue Irureta —vaya motivación—, esperando que sea lo que Dios quiera en Tarragona.
Y así está el Betis. El 18 en la Liga.
www.betis.com.es
El desgobierno y los resultados conducen al Betis al caos
No pinta nada bien el Betis en esta temporada. Ya en verano se veía venir una situación difícil y ésta ha llegado, aunque tampoco se podía prever que el problema creciera como una bola de nieve según rueda hasta un abismo que en este caso no se sabe dónde está.
El equipo anda mal, y no es de extrañar porque ya en la pretemporada se hablaba de un año de transición, un concepto que nunca se explicó realmente y que sonaba a mediocridad. Sin grandes objetivos, sin metas que generaran un mínimo de ilusión, se configuró un plantel que en el último instante sufrió una remodelación traumática y luego la dificultad del calendario, con un arranque liguero complicadísimo, hizo que el panorama se oscureciera y que empezara a cundir el desánimo. Todo esto, sin embargo, vino precedido de una situación extraña que derivó de todo lo que sucedió en el ejercicio anterior.
Lorenzo Serra, a pesar de su carisma, se marchó del Betis sin que nadie le explicara por qué no se le renovaba el contrato. Al mismo tiempo, Lopera decidió abandonar la presidencia del club y colocar en el cargo a José León, al que ya había utilizado en otra época como parapeto —presidente sin voto y con voz para ser constantemente corregido—, con una supuesta autonomía que desde el primer instante fue un camelo porque se comprobó que su papel se limitaba a proyectar una cara amable al exterior, aunque en este loable ejercicio, como en su etapa anterior, el nazareno fue puesto en evidencia una y otra vez hasta que por la presión que empezaron a ejercer los malos resultados del equipo hubo que darle un giro a los acontecimientos.
El Betis no ganaba, se hundía irremediablemente en la tabla y poco a poco la frágil estructura del club se fue resquebrajando. Muchos de los consejeros adelantaron dimisiones y posturas de fuerza que luego se quedaron en agua de borrajas, aunque con todo en contra sí que aceptó León poner su cargo a disposición del máximo accionista. Entonces anunció Lopera una consulta a los abonados —con restricciones, por supuesto— para elegir a un nuevo presidente, pero fue pasando el tiempo entre nuevas derrotas y empates insuficientes y llegada la hora de la verdad nadie había presentado su candidatura para ocupar la presidencia bajo la sombra de Lopera —que prometió para el nuevo el mismo poder que aseguró que tendría León y que éste nunca llegó a disfrutar—, de modo que se suspendió la muy peculiar consulta propuesta.
El barco ya se tambaleaba mucho más de la cuenta y el Betis de Irureta seguía sin levantar cabeza. Surgieron las críticas hacia el técnico y de pronto se desató la tormenta.
Sigue todo igual
Hoy el presidente sigue siendo León, que después de poner su cargo a disposición de Lopera sigue prestándose a capítulos tan hilarantes como el del pasado lunes, entre otras cosas porque cuando parecía que había llegado a la conclusión de que lo más decente era dejar el cargo, se revolvió como un tigre herido para defender su sillón al escuchar el rumor de que Lopera ya habría encontrado un sustituto para él en la persona de Manuel Castaño. León se autoratificó en el cargo y dijo algo sensacional: que cuando las cosas van mal uno se tiene que quedar para arrimar el hombro y que si luego cambia el signo de la suerte y todo va mejor, para qué irse. O sea, que se quedaba en cualquier circunstancia. Enmedio de todo esto, un único consejero, el de más relevancia social (el catedrático en Cardiología Víctor López), fue coherente en la sala de juntas con lo que decía fuera de ella y dimitió, arremetiendo públicamente contra la inoperancia de León, que le respondió con su habitual grosería.
El entrenador, por su parte, lejos de lanzar mensajes optimistas y de mostrarse fuerte y con seguridad para levantar al Betis, se limita aún a poner excusas, a lamentarse, a ser ambiguo, a confiar en la divinidad y a decir que si le despiden no pasará nada. Los jugadores, por otro lado, decidieron guardar silencio con el pretexto de que tenían que encontrar a un traidor entre ellos porque se había filtrado una interioridad del vestuario, pero algunos rompen el pacto cuando quieren, hablan e incluso se permiten hacer ciertos gestos en el campo para después tener que pedir disculpas por ellos a través de la web del club. Y dos futbolistas abren un negocio de hostelería y convocan a los medios, con los que no hablan, para darse publicidad.
Mientras tanto, Lopera, que llevaba años dosificando sus comparecencias públicas, se abrió a las entrevistas para repetir, aunque se le preguntara por el tiempo, que él salvó al club en 1992 y que entonces no hicieron nada los que ahora le piden cuentas, que quien no le quiere a él no quiere al Betis y que hay que besarle los pies hasta el fin de los días. E insiste en decir de Serra barbaridades que nunca le dijo a la cara.
Ahora se deja entrever que se ha llegado a la conclusión de que hay que cambiar de entrenador, pero no hay sustituto. Trascendió la oferta a un técnico de Segunda B, Pepe Mel, pero León aclaró que el secretario técnico, Momparlet, había ido por libre al llamarlo. Mel decidió quedarse en el Rayo Vallecano y aquí sigue Irureta —vaya motivación—, esperando que sea lo que Dios quiera en Tarragona.
Y así está el Betis. El 18 en la Liga.
www.betis.com.es
¡¡¡ VIVA EL BETIS MANQUEPIERDA !!!
¡¡¡ LOPERA VETE YA !!!
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