Políticos y Blogs
La política es una actividad rodeada de cuestiones diferenciales, que provocarían comparaciones odiosas con cualquier otro sector de actividad. Quizá sea por eso que el ejercicio de la política da lugar en muchas ocasiones a una casta especial, la de los políticos, que desarrollan habilidades diferentes a las del resto de los mortales o, en sentido exactamente contrario, pueden permitirse el lujo de carecer de habilidades que en otros sectores de actividad serían fundamentales. Para observar la distancia entre políticos y no políticos, no hay más que compararlos: ¿cuántos políticos ganadores de elecciones cree usted que triunfarían si los trasladásemos al mundo de la empresa privada? ¿Cuántos políticos provienen de un pasado exitoso como gestores de empresa? Aunque haya excepciones, no es, decididamente, el caso habitual. En un número sospechosamente elevado de casos, el político proviene de un pasado en política, de una carrera desde las bases o desde una estirpe determinada. Un proceso, el de progresión por el escalafón o el meramente dinástico, que suelen dotar a la persona de unas habilidades interesantes precisamente para eso: para ser político, para hacer política, sin duda diferentes a las habitualmente requeridas para triunfar en "otros mundos" como el de la gestión empresarial.
Por alguna razón, el historial profesional de un político suele ser inexistente, escaso o relegado al olvido. Raro es el caso del político que, en el supuesto caso de tenerlo, hace gala de su pasado empresarial. En el ejercicio de esa actividad tan "especial" que es la política, parece que revelar detalles de un pasado empresarial puede dar a tus adversarios posibilidades de buscar en él trapos sucios de cualquier tipo. Si siendo político se le conoce un pasado como gestor, seguramente es porque dicho paso fue tan anodino como dar la vuelta al mundo sin bajarse del avión: estuvo allí, pasó por allí, pero no vio nada, no se implicó en nada, no hizo nada... no sea que hiciese algo que después le pudiesen reprochar. Casi se podría decir que el mérito del político es el de estar sin estar, el de la presencia ausente o, como mínimo, discreta, precisamente una de las habilidades más reconocidas para poder progresar en los escalafones de los partidos. En política, aquel que se mueve, no sale en la foto. Así, los casos de políticos con pasados relevantes en gestión o en otras actividades, algo más habituales en algunos países en los que un presidente puede haber sido actor, alto directivo del sector metalúrgico, empresario de cacahuetes o jugador de fútbol, son más bien escasos en nuestro país. En España, el político suele ser "político profesional".
En términos de currículo, el político también es diferente. Las habilidades tecnológicas, por ejemplo, cada día más comunes en el mundo de la empresa, son escasas, puramente testimoniales en la escena política. Extrañísimos, aunque por supuesto muy honrosos, son los casos en los que un político, delante de un ordenador, sabe hacer la O con un canuto. Simplemente, no forma parte de las habilidades requeridas. Aparentemente, la tecnología es algo que en gestión resulta importante, pero en política, por alguna razón de índole metafísica, no lo es. En algunos medios que tienen como tradición invitar a políticos a sesiones de interacción con internautas a través de foros o chats, las anécdotas abundan: cuando el político llega y ve el ratón del ordenador, poco le falta a veces para tomarlo en su mano cual si fuera un micrófono y decir eso de "hola, hola... ¿me recibes?" mientras aprieta el botón de hacer clic.
En cuestiones relacionadas con la comunicación, la diferencia resulta todavía más llamativa: por alguna razón, el político es una persona a la que se le reconoce carta blanca a la hora de mentir. "Mientes como un político", se suele decir. En la empresa, se suele coger antes a un mentiroso que a un cojo, y la mentira, aunque pueda existir como calidad inherente a la naturaleza humana, no suele ser patente, clara o edificada a la vista de todo el mundo; tampoco suele llegar a estar bien vista. El político, en cambio, miente de la misma manera y con la misma naturalidad que el futbolista que se tira a la piscina o protesta al árbitro por faltas inexistentes. Atizas a otro jugador una patada impresionante delante de cientos de miles de personas mientras, en el mismo gesto y tan tranquilo, levantas ambas manos y pones gesto de no haber roto un plato jamás.
Combinando esas características, y en una época en la que la comunicación y la tecnología empiezan a combinarse cada vez más para crear aspectos interesantes tanto en empresa como en política, no resulta extraño que muchos políticos hayan optado por utilizar como arma de campaña un instrumento basado en tecnología como el blog. En empresa también ocurre, y tenemos casos interesantísimos de presidentes y directores generales que rompen la habitualmente rígida ortodoxia comunicativa de las empresas para pasar a relacionarse con empleados, clientes o medios en un tono llano y directo. Pero, ¿qué ocurre cuando una herramienta como el blog cae en manos del político medio? Pues que si eres un ignorante tecnológico al que aterra cualquier aparato con más de tres teclas ("sí", "no" y "abstención") y, además, el contar mentiras está casi imbricado en tus genes, simplemente tomas la herramienta en cuestión, la pones en manos del "aparato del partido" y te sale un blog bonito, bonito como unas castañuelas. Como debe ser: próximo, con ese toque de informalidad, estéticamente impecable, periódicamente actualizado... únicamente con un problema: aunque tú lo firmas, no lo escribes tú. Lo escribe otra persona. Y si resulta muy obvio, no pasa nada: claro, el político puede mentir, y además se le justifica porque está muy ocupado, como si el consejero delegado de General Motors o el director general de Sun Microsystems, que escriben ambos sus blogs ellos mismos, no lo estuviesen.
Si los políticos quieren escribir blogs, bienvenidos sean a la conversación. Puede hacerse, y hay casos muy interesantes en los que así ha ocurrido. Pero si quieren usar un blog para crear personajes falsos y tomar a su audiencia por tonta, créanme, es mejor que no lo hagan. Esas cosas se acaban sabiendo. Siempre. Y pronto, dar tu voto a alguien que sabes que te engaña sin despeinarse lo más mínimo, que levanta las manos en actitud de inocencia mientras da la patada, será algo cada vez menos habitual.
Enrique Dans (www.libertaddigital.com)
Por alguna razón, el historial profesional de un político suele ser inexistente, escaso o relegado al olvido. Raro es el caso del político que, en el supuesto caso de tenerlo, hace gala de su pasado empresarial. En el ejercicio de esa actividad tan "especial" que es la política, parece que revelar detalles de un pasado empresarial puede dar a tus adversarios posibilidades de buscar en él trapos sucios de cualquier tipo. Si siendo político se le conoce un pasado como gestor, seguramente es porque dicho paso fue tan anodino como dar la vuelta al mundo sin bajarse del avión: estuvo allí, pasó por allí, pero no vio nada, no se implicó en nada, no hizo nada... no sea que hiciese algo que después le pudiesen reprochar. Casi se podría decir que el mérito del político es el de estar sin estar, el de la presencia ausente o, como mínimo, discreta, precisamente una de las habilidades más reconocidas para poder progresar en los escalafones de los partidos. En política, aquel que se mueve, no sale en la foto. Así, los casos de políticos con pasados relevantes en gestión o en otras actividades, algo más habituales en algunos países en los que un presidente puede haber sido actor, alto directivo del sector metalúrgico, empresario de cacahuetes o jugador de fútbol, son más bien escasos en nuestro país. En España, el político suele ser "político profesional".
En términos de currículo, el político también es diferente. Las habilidades tecnológicas, por ejemplo, cada día más comunes en el mundo de la empresa, son escasas, puramente testimoniales en la escena política. Extrañísimos, aunque por supuesto muy honrosos, son los casos en los que un político, delante de un ordenador, sabe hacer la O con un canuto. Simplemente, no forma parte de las habilidades requeridas. Aparentemente, la tecnología es algo que en gestión resulta importante, pero en política, por alguna razón de índole metafísica, no lo es. En algunos medios que tienen como tradición invitar a políticos a sesiones de interacción con internautas a través de foros o chats, las anécdotas abundan: cuando el político llega y ve el ratón del ordenador, poco le falta a veces para tomarlo en su mano cual si fuera un micrófono y decir eso de "hola, hola... ¿me recibes?" mientras aprieta el botón de hacer clic.
En cuestiones relacionadas con la comunicación, la diferencia resulta todavía más llamativa: por alguna razón, el político es una persona a la que se le reconoce carta blanca a la hora de mentir. "Mientes como un político", se suele decir. En la empresa, se suele coger antes a un mentiroso que a un cojo, y la mentira, aunque pueda existir como calidad inherente a la naturaleza humana, no suele ser patente, clara o edificada a la vista de todo el mundo; tampoco suele llegar a estar bien vista. El político, en cambio, miente de la misma manera y con la misma naturalidad que el futbolista que se tira a la piscina o protesta al árbitro por faltas inexistentes. Atizas a otro jugador una patada impresionante delante de cientos de miles de personas mientras, en el mismo gesto y tan tranquilo, levantas ambas manos y pones gesto de no haber roto un plato jamás.
Combinando esas características, y en una época en la que la comunicación y la tecnología empiezan a combinarse cada vez más para crear aspectos interesantes tanto en empresa como en política, no resulta extraño que muchos políticos hayan optado por utilizar como arma de campaña un instrumento basado en tecnología como el blog. En empresa también ocurre, y tenemos casos interesantísimos de presidentes y directores generales que rompen la habitualmente rígida ortodoxia comunicativa de las empresas para pasar a relacionarse con empleados, clientes o medios en un tono llano y directo. Pero, ¿qué ocurre cuando una herramienta como el blog cae en manos del político medio? Pues que si eres un ignorante tecnológico al que aterra cualquier aparato con más de tres teclas ("sí", "no" y "abstención") y, además, el contar mentiras está casi imbricado en tus genes, simplemente tomas la herramienta en cuestión, la pones en manos del "aparato del partido" y te sale un blog bonito, bonito como unas castañuelas. Como debe ser: próximo, con ese toque de informalidad, estéticamente impecable, periódicamente actualizado... únicamente con un problema: aunque tú lo firmas, no lo escribes tú. Lo escribe otra persona. Y si resulta muy obvio, no pasa nada: claro, el político puede mentir, y además se le justifica porque está muy ocupado, como si el consejero delegado de General Motors o el director general de Sun Microsystems, que escriben ambos sus blogs ellos mismos, no lo estuviesen.
Si los políticos quieren escribir blogs, bienvenidos sean a la conversación. Puede hacerse, y hay casos muy interesantes en los que así ha ocurrido. Pero si quieren usar un blog para crear personajes falsos y tomar a su audiencia por tonta, créanme, es mejor que no lo hagan. Esas cosas se acaban sabiendo. Siempre. Y pronto, dar tu voto a alguien que sabes que te engaña sin despeinarse lo más mínimo, que levanta las manos en actitud de inocencia mientras da la patada, será algo cada vez menos habitual.
Enrique Dans (www.libertaddigital.com)
Etiquetas: La España de Torrente
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