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miércoles, octubre 25, 2006

La primavera silenciosa

De como la imbecilidad políticamente correcta del primer mundo mata en el tercero:


LUCHA CONTRA LA MALARIA
Vuelve el asesino salvavidas
Por Jeff Jacoby (columnista del Boston Globe)

Ahora que los galardonados este año con el Nobel acaparan la atención de los medios, un anuncio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos hace recordar a alguien que se hizo con el premio hace ya bastantes años: Paul Muller. Cuando este químico sueco fue galardonado con el Nobel de Medicina, en 1948, fue aclamado como "un benefactor de la Humanidad de semejante calibre" que debería tener "la humildad de un santo" para vacunarse contra la vanidad.
Afortunadamente, Muller no era propenso a la arrogancia. Describió su gran descubrimiento como un primer paso hacia el control, "misterioso y al parecer infinito", de las plagas provocadas por los insectos. Había dado por sorpresa –decía, modesto– con una fórmula química "muy útil en la lucha contra enfermedades que afectan al ser humanos".

Difícilmente podríamos describirlo con el término "útil". Como comentaba la revista Time, el compuesto químico de Muller "mata a los mosquitos, que transmiten la malaria; a las moscas, que transmiten el cólera; a las garrapatas, que transmiten el tifus; a las pulgas, que transmiten la peste; a los mosquitos de los pantanos, que transmiten el kalaazar y otras enfermedades tropicales". Su descubrimiento –proseguía Time– hizo de los trópicos lugares más habitables, y fue el responsable de que el tifus, un azote mortal asociado durante mucho tiempo a las guerras y las catástrofes, no fuera una amenaza importante durante la Segunda Guerra Mundial.

¿El nombre de esta fórmula milagrosa, dice usted? Dicloro-difenil-tricloroetano; el DDT, o sea.

Que el DDT sea celebrado como salvavidas puede chocar a todo aquel que creciera durante los años 70 y 80. De hecho, las meras iniciales resultan siniestras. Y es que desde 1962, fecha de publicación de la Primavera silenciosa de Rachel Carson, el DDT ha sido estigmatizado como un terrible envenenador del medio ambiente. Peor el remedio que la enfermedad, pues.

Según Carson, el DDT provocaba cáncer y daños congénitos en el ser humano; pero es que, además, no sólo causaba estragos entre los insectos que pretendía aniquilar, también en los pájaros y en otros animales. Se trataba de un veneno cuya concentración aumentaba al pasar a la cadena alimentaria, con lo que contaminaba todo, desde los huevos de las águilas hasta la leche de las madres.

Carson relataba aterradoras historias del demoníaco poder del DDT. Una ama de casa que aborrecía las arañas fumigó su bodega con DDT en agosto y septiembre; allá por el mes de octubre, y como consecuencia de una "leucemia aguda", fallecía. Un tipo que tenía su despacho en un edificio antiguo fumigó con DDT para deshacerse de las cucarachas y acabó en el hospital, sangrando a borbotones. También él perdió la vida a causa de la leucemia.

Echando un vistazo retrospectivo, tan alarmantes anécdotas parecen poco más que leyendas urbanas. En palabras del inmunólogo Amir Attaran, del Royal Institute of International Affairs, "la literatura científica no contiene un solo estudio revisado y repetido de manera independiente que vincule las exposiciones al DDT con daños a la salud" en seres humanos. No obstante, a pesar de la precariedad de su ciencia, la influencia de Carson fue innegable. La Primavera silenciosa galvanizó el emergente movimiento ecologista y alimentó una creciente histeria a propósito de los pesticidas y otros compuestos químicos.

En cuestión de una década, el DDT había sido prohibido en Estados Unidos. Con el tiempo, todas las naciones industrializadas dejaron de utilizarlo. Incluso fue ampliamente suprimido en el Tercer Mundo, debido a las presiones de los gobiernos y los ecologistas occidentales.

Los resultados fueron catastróficos. En cuanto se dejó de emplear el arma más eficaz contra los mosquitos y la malaria, la malaria y los mosquitos regresaron. En Sri Lanka, por ejemplo, la fumigación de las casas con DDT había erradicado por completo la malaria: en una década, los 2,8 millones de casos y las 7.300 víctimas mortales pasaron a 17 y 0, respectivamente. Pero los fondos americanos con que se pagaba la campaña de erradicación del mosquito mediante la fumigación con DDT desaparecieron, y la malaria volvió por sus espantosos fueros: hasta medio millón de casos se registraron en 1969.

Hoy, el número de casos se cifra en más de 300 millones en todo el mundo. La malaria mata a algo más de un millón de personas cada año –algunas estimaciones hablan de 2,7 millones–; la gran mayoría son niños africanos. "Semejante cifra es difícilmente concebible", ha escrito Attaran, junto a otros colegas. "Para hacerse una idea, imagine siete aviones Boeing 747 llenos de niños y después estréllelos... todos los días".

La demonización del DDT, aunque fuera con la mejor de las intenciones, terminó provocando decenas de millones de muertos por malaria. Pocas veces ha operado con más letalidad la ley de las consecuencias no deseadas.

Parece que, por fin, la situación podría cambiar. En un viraje histórico, la OMS revertía el mes pasado su prohibición, en vigor desde hace 30 años, y aprobaba el uso del DDT en espacios cerrados para controlar a los mosquitos que transmiten la malaria. (El uso de DDT en cultivos, que Carson había relacionado con el debilitamiento de los huevos de las aves, sigue estando prohibido). La OMS ha recalcado que el DDT no supone ningún riesgo para la salud cuando se aplica en pequeñas dosis en las paredes de las casas, y ha urgido a los ecologistas radicales a abandonar su oposición a un acreditado salvavidas.

"Estoy aquí para pedirles que, por favor, ayuden a salvar bebés africanos de la misma manera que ayudan a salvar el medio ambiente", imploraba Arata Kochi, director del programa global sobre la malaria de la OMS. "Los bebés africanos carecen de un movimiento poderoso (...) para defender su bienestar".

Sesenta años después de que fuera distinguido con el Nobel, el gran hallazgo de Paul Muller quizá pueda finalmente desplegar todo su potencial y acabar con esa "primavera silenciosa" infinitamente más infernal que nada que pudiera concebir Rachel Carson: la innecesaria muerte de un millón de niños cada año.

Otra situación sangrante, más de lo mismo:


DESARROLLO
Pobreza a todo gas
Por Juan Ramón Rallo

El pasado día 21 se celebraron en varias ciudades españolas manifestaciones, no del todo espontáneas, contra la pobreza en el Tercer Mundo. Desde luego, el hecho de que ningún individuo de buena voluntad pueda oponerse a tan noble propósito fue uno de los mayores reclamos que utilizaron los organizadores en sus campañas previas.
Sin embargo, al observar las propuestas concretas de los manifestantes podemos darnos cuenta de que en realidad la campaña por la "Pobreza Cero" tiene más que ver con el deliberado enriquecimiento de las oligarquías dictatoriales y las burocracias internacionales que con permitir el progreso y desarrollo de los africanos.

Las tres propuestas estrella para finiquitar la miseria del mundo son el incremento de la ayuda externa, la cancelación de la deuda y la regulación del comercio internacional. Si nos fijamos, en todas ellas adquiere un papel preponderante el Estado y el dirigismo económico; en ninguna se defiende el incremento de la libertad de los individuos para gestionar sus vidas y propiedades.

Muy al contrario, el remedio pasa siempre por que el Estado regule, controle y redistribuya mucho más que ahora. Queda claro que el altermundismo, junto con el ecologismo, ha sido una de las válvulas de escape del socialismo tras la caída del Muro. Si antes la excusa totalizadora era la liberación de los trabajadores, hoy pasa por la redención del pobre africano y la conservación del chinche verde.

El presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, uno de los mayores cleptócratas de África.La ayuda externa no es más que un invento para sablear con más contumacia a las clases medias de Occidente y volver a colonizar África, a través del pasteleo entre sus tiranos y los funcionarios de la ONU. La causa de la pobreza no puede encontrarse en la falta de riqueza, por cuanto la pobreza es esta falta de riqueza. Si la mayoría de los africanos son incapaces de prosperar debemos buscar la explicación, más bien, en la represión contra la propiedad privada que practican sus gobiernos.

Si obviamos que el ahorro, el crédito, la inversión, el capital y la función empresarial son imposibles allí donde no se respeta la liberad y la propiedad privada, inundar de ayuda externa a los africanos sólo parcheará los síntomas en lugar de remediar la enfermedad. De hecho, en tanto la ayuda externa conceda más poder y medios a los dictadores, agravará el proceso de pauperización y corrupción masiva del Tercer Mundo.

La cancelación de la deuda, por su parte, está basada en una idea bastante acertada: los individuos no pueden ser compelidos a saldar los compromisos crediticios que sus gobernantes les han impuesto sin su consentimiento. Sin embargo, uno no puede dejar de preguntarse de qué servirá sacar de la resaca a un beodo cuando está empecinado en seguir bebiendo cuando se recupere.

Las mismas burocracias que aumentaron hace décadas los montantes de deuda actuales subsisten, mutatis mutandis, hoy en día. Perdonarles la deuda sólo conseguirá que obtengan mayores facilidades de crédito, para que vuelvan a gastar en incrementar su pompa y, probablemente, su poderío militar.

El primer paso que hay que dar con respecto a la deuda externa es lograr que los propios tiranos la paguen total o parcialmente con cargo a sus fortunas personales. Cancelar la deuda supondría convalidar una situación de hecho inaceptable: el latrocinio de la clase política africana, sin lograr que ésta abandone el poder y deje de coaccionar a sus ciudadanos.

En todo caso, alegar que la deuda externa genera la pobreza en África supone confundir las consecuencias con las causas. Los africanos no pueden devolver hoy su deuda porque son pobres: no son pobres porque no puedan devolverla. Si la creación de riqueza no estuviera perseguida en el Tercer Mundo, el afluyente capital occidental generaría réditos suficientes para devolverla.

Por último, la regulación del comercio internacional (o, como suelen decir los movimientos antiglobalizacion: la transición desde un comercio libre a un comercio justo) consiste en una amalgama de propuestas de impronta mayoritariamente socialista. Por un lado se defiende la reducción o eliminación de los aranceles occidentales al Tercer Mundo, lo que sin duda permitiría unas mayores exportaciones africanas en aquellos sectores (como el alimenticio o los intensivos en trabajo) donde tienen ventajas comparativas; pero por otro se adopta una posición critica con respecto a la eliminación de los aranceles que los países africanos imponen a los productos occidentales. Parece que el altermundismo cree posible desarrollar la industria africana a través de la protección comercial.

Ahora bien, dentro de este esquema puramente neomercantilista (favorecer las exportaciones y restringir las importaciones para enriquecernos con el mayor numerario) destaca la propuesta de establecer la Tasa Tobin sobre los movimientos internacionales de capital, en concreto sobre los intercambios de divisas.

La enorme magnitud de este mercado (baste decir que los bancos suelen conformarse con unas rentabilidades del 0’0001%) dotaría de un enorme poder recaudatorio a la Tasa Tobin, que transferiría riqueza desde los sectores económicos a los políticos. Este incremento del dirigismo redundaría en una expansión de las burocracias y de la reglamentación del libre mercado. Los capitalistas occidentales que quieren invertir en África verán minorado su capital cuando paguen salarios o compren mercancías en la divisa local; esto es, el atractivo de la inversión extranjera se reduce con la tasa Tobin. Justamente lo contrario de lo que necesita África.

Por si fuera poco, la tasa Tobin es un impuesto regresivo que perjudica especialmente a los africanos. Si un europeo compra un ordenador japonés y paga en euros, al japonés le basta con comprar yenes con los euros obtenidos. En cambio, si un europeo compra tomates a un ghanés y le paga en euros, éste tendrá que comprar dólares con los euros y nuevos cedis con los dólares. Dada la debilidad de los nuevos cedis y las demás monedas africanas en los mercados de divisas, sólo se venden a cambio de dólares. Por tanto, el agricultor ghanés pagará dos veces la Tasa Tobin, debido a que hará un mayor número de transacciones que el japonés.

Sólo hay un camino para terminar con la pobreza, y es el capitalismo. Decenas de millones de asiáticos lo comprobaron durante los últimos 30 años, mientras África sólo se hundía más y más en la miseria del socialismo.

Si el colectivo Pobreza Cero quiere terminar realmente con esta lacra mejor sería que brindara por el libre mercado, en lugar de arremeter contra él en sus congregaciones. Mientras tanto, sus prescripciones colonialistas y paternalistas sólo servirán para perpetuar, extender y profundizar la miseria de los africanos, agasajar a sus tiranos y aumentar las redes de corrupción de la ONU. O dicho de un modo que a buen seguro entenderán: con su discurso "los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres".

Hay que poner los pies en el suelo si de verdad se quiere ayudar a que Africa salga del marasmo en que se encuentra. ¿O es que Africa les importa un pimiento si no es como arma arrogadiza?

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