¿Los perdedores?
Buen análisis de Serafín Fanjul en Libertad Digital sobre como el islam utiliza el arma del víctimismo y, lo que es peor, de como desde eurabia se le permite:
Hace unos días, una escritora y periodista –digna de todo respeto– me dejó perplejo con la conclusión a que llegaba, a través de un análisis y percepción correctos, sobre el mundo musulmán (ella decía "árabe", hasta que en el curso de la polémica rectificó): según ella, los musulmanes habían sido los perdedores del siglo XX, por no haber podido salir del subdesarrollo, la ignorancia y el fanatismo. Por consiguiente, y muy conscientes de que "Occidente" era el causante de sus males, reaccionaban contra nosotros como herederos de los autores y partícipes en el desaguisado. Dado que no me hallaba ante una progre al uso y consumo de Prisa, intenté explicarle que de perdedores, nada; sin embargo, la conversación derivó por otros derroteros y ya no les refiero cómo terminó el cuento porque carece de interés.
Dos asuntos, no obstante, quedaron flotando para mi reflexión: cómo ella había arribado a semejante puerto, navegando por aguas claras y con buena visibilidad, y qué hay de verdad en la supuesta condición de vencidos de la comunidad musulmana. Tengo para mí que el victimismo perpetuo que se gastan, junto al hecho objetivo de que subdesarrollo y anquilosamiento social presiden la vida de todos esos países, pueden empujar –incluso a entes pensantes y resueltos a plantar cara al islamismo, como era el caso– al corolario arriba expuesto. Y eso por más que esas poblaciones, cuyo denominador común es el islam, no se sientan especialmente afectadas por la pobreza (siempre fueron pobres), el despotismo de sus gobernantes (norma habitual entre ellos desde Asurbanípal y más atrás) o la ignorancia (para ellos, la verdadera sabiduría): la sumisión sin razonamientos ni interferencias incómodas para el auténtico camino de fe y salvación, el suyo.
No son esos los problemas que les inquietan ni los motivos de su odio, sino la conciencia de su insignificancia tecnológica y de poder (lo cual tratan de modificar con el arma del petróleo, quienes lo tienen), en tanto desprecian nuestra cultura y nuestra sociedad, a las que juzgan manifiestamente inferiores a las suyas, amén de corruptas. Y, sin embargo, rabian por emigrar a nuestras tierras ("a recuperar lo que les arrebatamos") y convertirlas a su fe. Por descontado, toda la ficción es imaginaria y gratuita, sin más entronque con la realidad que el hecho cierto de su resentimiento. Pero dudo mucho que los musulmanes –no digamos los islamistas– tuvieran por éxito histórico de sus comunidades la liberación efectiva de la mujer, el desarrollo natural de la sociedad abierta en todos sus ámbitos y la admisión de extraños sin cortapisas en el seno de sus países, como aquí se hace. Problemas económicos y burocráticos aparte.
En 1962, un millón de franceses hubo de salir de Argelia a uña de caballo para no perder la vida; un poco antes, en el Egipto naserista se expolió y acogotó a los europeos (los odiados jawagat) hasta dejarlos en la indigencia para rematar forzándoles a emigrar (a Canadá, Europa, USA, Australia); la presión contra los cristianos de todo Oriente Próximo no desmaya un solo instante y ya va tiempo que está dando un excelente resultado en la disminución de estos antiquísimos pobladores, tan malquistos de los muslimes. Pero no sólo se reduce el número de cristianos allá, también se incrementa geométricamente el de musulmanes acá. Una vez más la ausencia de reciprocidad y equilibrio preside nuestras interrelaciones, supliendo las soflamas y el victimismo al análisis de los hechos reales. Hay que añadir que con el concurso ingenuo o mercenario de no pocos occidentales. Sospecho que, sin percatarse, mi interlocutora remaba en el primer barco.
Y queda el asunto de los perdedores. Comenzó el siglo XX con varios imperios hegemónicos o muy fuertes a la sazón: todos se desintegraron en la Gran Guerra o la terminaron heridos de muerte. El imperio alemán, el austrohúngaro, el ruso, el otomano se esfumaron y el poder de las vencedoras Inglaterra y Francia resultó tan dañado que en la Segunda Guerra Mundial acabaron de liquidar su carácter de potencias de primer orden. Otros han sido los auténticos perdedores del siglo XX, como Alemania en 1945 (ocho millones de refugiados, amputación en el este de una tercera parte de su territorio, destrucción absoluta de todos los recursos, tres millones de muertos, largo cautiverio de otros tantos, conmoción de la propia identidad nacional), Japón (destrucciones incontables, pérdida de todos los territorios exteriores al archipiélago, cuestionamiento de la autoridad del Mikado) o Rusia (implosión del estado soviético que arrasó la herencia del zarismo, pobreza y subdesarrollo, pese a contar con las mayores riquezas naturales del planeta).
Los países del islam han pasado en un siglo de colonizados a independientes en su totalidad, las oligarquías locales –que en diversos grados y maneras colaboraron con las potencias coloniales– se han alzado con el santo y la limosna y ahora detentan inmensos recursos para su disfrute en exclusiva o para la proyección al exterior de sus ansias de dominio. La explosión demográfica, junto a la penetración masiva del islam en tierras ajenas, les ha conferido un peso fuera de sus fronteras originales que nadie podía imaginar hace cincuenta años. Los más de veinte países de la Liga Árabe y los cincuenta y siete de la Conferencia Islámica tienen un peso a escala planetaria que difícilmente puede calificarse como propio de perdedores. Las bromas que –ya con frecuencia- se permiten de aleccionar, protestar, amenazar por nimiedades que suceden en Occidente (omito la lista reciente, por bien conocida) se han convertido en denuncia implícita de la cobardía y el escapismo de nuestras gentes pues, por supuesto, nadie insinúa la menor sugerencia sobre contrapartidas allende el mediterráneo. Estamos pagando el barril de crudo a sesenta dólares. ¿Quién explota a quién? ¿Qué hacen con tal montaña de dinero? ¿Cuándo nos percataremos de que no hay razones materiales objetivas para esta situación y de que sólo se requiere un giro en la psicología de las masas y –¡ay!– en la falta de honradez de los políticos?
Y yo añado: ¿qué ganan nuestros políticos con todo esto? porque algo ganan, seguro.
Hace unos días, una escritora y periodista –digna de todo respeto– me dejó perplejo con la conclusión a que llegaba, a través de un análisis y percepción correctos, sobre el mundo musulmán (ella decía "árabe", hasta que en el curso de la polémica rectificó): según ella, los musulmanes habían sido los perdedores del siglo XX, por no haber podido salir del subdesarrollo, la ignorancia y el fanatismo. Por consiguiente, y muy conscientes de que "Occidente" era el causante de sus males, reaccionaban contra nosotros como herederos de los autores y partícipes en el desaguisado. Dado que no me hallaba ante una progre al uso y consumo de Prisa, intenté explicarle que de perdedores, nada; sin embargo, la conversación derivó por otros derroteros y ya no les refiero cómo terminó el cuento porque carece de interés.
Dos asuntos, no obstante, quedaron flotando para mi reflexión: cómo ella había arribado a semejante puerto, navegando por aguas claras y con buena visibilidad, y qué hay de verdad en la supuesta condición de vencidos de la comunidad musulmana. Tengo para mí que el victimismo perpetuo que se gastan, junto al hecho objetivo de que subdesarrollo y anquilosamiento social presiden la vida de todos esos países, pueden empujar –incluso a entes pensantes y resueltos a plantar cara al islamismo, como era el caso– al corolario arriba expuesto. Y eso por más que esas poblaciones, cuyo denominador común es el islam, no se sientan especialmente afectadas por la pobreza (siempre fueron pobres), el despotismo de sus gobernantes (norma habitual entre ellos desde Asurbanípal y más atrás) o la ignorancia (para ellos, la verdadera sabiduría): la sumisión sin razonamientos ni interferencias incómodas para el auténtico camino de fe y salvación, el suyo.
No son esos los problemas que les inquietan ni los motivos de su odio, sino la conciencia de su insignificancia tecnológica y de poder (lo cual tratan de modificar con el arma del petróleo, quienes lo tienen), en tanto desprecian nuestra cultura y nuestra sociedad, a las que juzgan manifiestamente inferiores a las suyas, amén de corruptas. Y, sin embargo, rabian por emigrar a nuestras tierras ("a recuperar lo que les arrebatamos") y convertirlas a su fe. Por descontado, toda la ficción es imaginaria y gratuita, sin más entronque con la realidad que el hecho cierto de su resentimiento. Pero dudo mucho que los musulmanes –no digamos los islamistas– tuvieran por éxito histórico de sus comunidades la liberación efectiva de la mujer, el desarrollo natural de la sociedad abierta en todos sus ámbitos y la admisión de extraños sin cortapisas en el seno de sus países, como aquí se hace. Problemas económicos y burocráticos aparte.
En 1962, un millón de franceses hubo de salir de Argelia a uña de caballo para no perder la vida; un poco antes, en el Egipto naserista se expolió y acogotó a los europeos (los odiados jawagat) hasta dejarlos en la indigencia para rematar forzándoles a emigrar (a Canadá, Europa, USA, Australia); la presión contra los cristianos de todo Oriente Próximo no desmaya un solo instante y ya va tiempo que está dando un excelente resultado en la disminución de estos antiquísimos pobladores, tan malquistos de los muslimes. Pero no sólo se reduce el número de cristianos allá, también se incrementa geométricamente el de musulmanes acá. Una vez más la ausencia de reciprocidad y equilibrio preside nuestras interrelaciones, supliendo las soflamas y el victimismo al análisis de los hechos reales. Hay que añadir que con el concurso ingenuo o mercenario de no pocos occidentales. Sospecho que, sin percatarse, mi interlocutora remaba en el primer barco.
Y queda el asunto de los perdedores. Comenzó el siglo XX con varios imperios hegemónicos o muy fuertes a la sazón: todos se desintegraron en la Gran Guerra o la terminaron heridos de muerte. El imperio alemán, el austrohúngaro, el ruso, el otomano se esfumaron y el poder de las vencedoras Inglaterra y Francia resultó tan dañado que en la Segunda Guerra Mundial acabaron de liquidar su carácter de potencias de primer orden. Otros han sido los auténticos perdedores del siglo XX, como Alemania en 1945 (ocho millones de refugiados, amputación en el este de una tercera parte de su territorio, destrucción absoluta de todos los recursos, tres millones de muertos, largo cautiverio de otros tantos, conmoción de la propia identidad nacional), Japón (destrucciones incontables, pérdida de todos los territorios exteriores al archipiélago, cuestionamiento de la autoridad del Mikado) o Rusia (implosión del estado soviético que arrasó la herencia del zarismo, pobreza y subdesarrollo, pese a contar con las mayores riquezas naturales del planeta).
Los países del islam han pasado en un siglo de colonizados a independientes en su totalidad, las oligarquías locales –que en diversos grados y maneras colaboraron con las potencias coloniales– se han alzado con el santo y la limosna y ahora detentan inmensos recursos para su disfrute en exclusiva o para la proyección al exterior de sus ansias de dominio. La explosión demográfica, junto a la penetración masiva del islam en tierras ajenas, les ha conferido un peso fuera de sus fronteras originales que nadie podía imaginar hace cincuenta años. Los más de veinte países de la Liga Árabe y los cincuenta y siete de la Conferencia Islámica tienen un peso a escala planetaria que difícilmente puede calificarse como propio de perdedores. Las bromas que –ya con frecuencia- se permiten de aleccionar, protestar, amenazar por nimiedades que suceden en Occidente (omito la lista reciente, por bien conocida) se han convertido en denuncia implícita de la cobardía y el escapismo de nuestras gentes pues, por supuesto, nadie insinúa la menor sugerencia sobre contrapartidas allende el mediterráneo. Estamos pagando el barril de crudo a sesenta dólares. ¿Quién explota a quién? ¿Qué hacen con tal montaña de dinero? ¿Cuándo nos percataremos de que no hay razones materiales objetivas para esta situación y de que sólo se requiere un giro en la psicología de las masas y –¡ay!– en la falta de honradez de los políticos?
Y yo añado: ¿qué ganan nuestros políticos con todo esto? porque algo ganan, seguro.
Etiquetas: Noticias desde eurabia
3 comentarios:
Nuestros políticos fachirrojos son enemigos de la libertad, y buscan su alianza, por ahora intelectual- algo es algo- con otros enemigos declarados del ser humano y la libertad: Igual que Hitler se alió con Stalin para repartirse Europa frente a las democracias liberales, los europrogres se alían con los nazis islámicos contra el empuje de la libertad, encarnada en USA.
Eso es lo que sacan, abonar las conciencias de antiliberalismo para seguir mangoneando.
Saludos.
De QRM, A las 10/25/2006 12:18 p. m.
Estoy de acuerdo contigo QRM. Lo que no se es si estos politiquillos se darán cuenta de que al igual que Hitler se volvio contra Stalin cuando le vino bien, ellos también acabaran siendo arrasados por los islamofascistas.
De pacobetis, A las 10/25/2006 6:18 p. m.
si como no pero en YALTA todos se dividieron la torta, ahora cual sera la torta que se viene el petroleo que se agota o la energia nuclear con respecto a toda violacion del PROTOCOLO DE KIOTO ,tal vez la cosa no pasa por lo religioso (metafisico-ontologico) cual es el recurso potable en esta epoca sera el uranio, el zinc, los metales bajos para ser aliaciones como el que se encuentra solo en el congo para reducir gastos en materia armamentista, porque con el cuento de lo religioso, los estan follando a todos...habra que pensarlo mas..,chau.d.
De noralicia, A las 11/01/2006 1:54 p. m.
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio