Felicidades Moshé
Excelente reflexión de Moshé Yanai en http://www.elreloj.com/:
...Y con mucha honra
Israel ha sido constantemente hostigado por la beligerancia árabe, y de hecho no ha tenido un día de tranquilidad. El futuro también es incierto. ¿A qué se debe, pues, que los israelíes se aferren a esta tierra con tanta insistencia, y afronten tantas amenazas que penden sobre este diminuto país? Tal vez sea cosa de algún encantamiento, como lo asegurase el inmortal héroe de la literatura hispana, o fruto de la determinación de no volver al exilio una vez más.
Hace poco alguien me dio el pésame… porque el destino (es decir, el régimen franquista) hizo que allá en los años 40, de catalán me convirtiera en israelí. Me parece que ese individuo que se esconde prudentemente tras un seudónimo, ha errado el tiro. Interviene con una repetitiva insistencia en un blog muy visitado, y se destaca de ser un impertinente que no ceja en su propósito de demostrar su antisemitismo. Como no era para menos le contesté en los siguientes términos: “A propósito, supongo que quien me dio el pésame por ser israelí, lo habrá dicho en broma. Con toda la simpatía que me merece España en general y Cataluña en particular, he de confesar que prefiero ser un israelí judío a un catalán judío. El primero es ciudadano de un país democrático con plenos derechos que no tiene reparo alguno en hacer gala de su fe; en el segundo, si bien estimo que se cumplen las primeras dos circunstancias, me pregunto si acaso puede hacer alarde de su judaísmo a plena voz, con toda seguridad de que nadie frunza el ceño. Tengo mis dudas, y me sentiría satisfecho de que alguien conocedor del tema me pueda asegurar que mis reservas no tienen base alguna. Porque hasta tanto yo sepa, sí existe cierto antisemitismo en España. Es más, un sondeo realizado hace unos años colocaba a ese país en primera fila de las naciones europeas que albergan sentimientos racistas. Contra los judíos, se entiende. Y realmente, es una lástima que así sea”.
De cualquier modo, confieso que el caso me dio por pensar, y me pregunté si realmente estaba en lo cierto. La verdad es que al llegar a este país, allá por los años 40, la transición de la metrópolis catalana a la (entonces) Palestina me resultó muy difícil, y en un momento dado parecía que no podría cuajar en el nuevo ambiente, que me resultaba extraño y hasta hostil. Posiblemente lo conseguí con mucho esfuerzo porque había llegado a este país siendo todavía un imberbe adolescente. A esa edad nadie tiene todavía fijado el rumbo que piensa seguir, y especialmente en mi caso porque las aciagas circunstancias habían desbaratado todo pensamiento que no fuera sobrevivir. Efectivamente, nuestra idea principal en aquellos años de la Guerra Civil, y luego de la II Guerra Mundial, era cómo íbamos nosotros, una familia judía, a salvar el pellejo. Literalmente.
Apenas nos sentíamos en casa (no pregunten en qué condiciones vivíamos) cuando estalló la Guerra de la Independencia, y como los jóvenes de mi edad, me incorporé a filas. Afortunadamente pude regresar a casa sano y salvo, lo cual no fue el caso de muchos otros que perecieron en esa cruenta lucha. El incipiente Estado perdió en una guerra que muchos ya daban por perdida, no menos de 6.373 hombres, lo que corresponde al 1% de la comunidad judía; es decir, si fuera el caso de España por ejemplo, ese porcentaje implicaría 450.000 muertos. Desde entonces Israel ha sido constantemente hostigado por la beligerancia árabe. Y ha tenido que afrontar más guerras que cualquier otro país del mundo: la Campaña del Sinaí en 1956, la Guerra de los Seis Días en 1967 (en la que fui movilizado y tomé parte activa) seguida por la Guerra de Desgaste (1968-70), la Guerra de Yom Kipur en 1973, la Guerra del Líbano (1982-85), las intifadas palestinas (2000-2005), la Segunda Guerra del Líbano, y no se han citado los ataques con misiles iraquíes durante la Primera Guerra del Golfo en 1991. A todo ello hay que agregar los ataques terroristas, que causaron 9,200 muertos. En total, desde la creación del Estado unos 22.400 israelíes han perdido la vida en razón de la beligerancia árabe.
Para resumir, vivo en un país que no ha gozado prácticamente de un día de absoluta calma. Yo y otros 6 millones de habitantes judíos. Además, que no nos hagamos ilusiones, Israel adolece de muchos defectos. Más o menos como cualquier otro país. Por empezar, como ya lo he dicho, el problema de la seguridad nacional sigue vigente hasta el día de hoy. Y, en general, la vida no es fácil aquí. Pero se han hecho algunas cosas que son realmente sobresalientes. En la agricultura, la industria, la alta tecnología y dónde no. Que se ha fructificado el desierto, es un decir que… por muy usado que esté, no deja de ser cierto. La vieja Palestina ha quedado totalmente transformado, y lo digo por ser un testigo ocular de esa increíble evolución. También bien se puede decir que hay gente muy capaz en este diminuto país, que ha hecho cosas que han impresionado al mundo.
En definitiva, éste es el país que tenemos, que hemos labrado con nuestras manos, para emplear una metáfora. Mejor dicho; es nuestra casa, y no tenemos otra. Es una delicia salir del país y visitar a los buenos amigos que tenemos fuera; pero es más satisfactorio volver a nuestro terruño, al que añoramos tanto si nos descuidamos y quedamos rezagados en tierras ajenas.
De modo que, para terminar, he de repetir: soy israelí, y con mucha honra.
...Y con mucha honra
Israel ha sido constantemente hostigado por la beligerancia árabe, y de hecho no ha tenido un día de tranquilidad. El futuro también es incierto. ¿A qué se debe, pues, que los israelíes se aferren a esta tierra con tanta insistencia, y afronten tantas amenazas que penden sobre este diminuto país? Tal vez sea cosa de algún encantamiento, como lo asegurase el inmortal héroe de la literatura hispana, o fruto de la determinación de no volver al exilio una vez más.
Hace poco alguien me dio el pésame… porque el destino (es decir, el régimen franquista) hizo que allá en los años 40, de catalán me convirtiera en israelí. Me parece que ese individuo que se esconde prudentemente tras un seudónimo, ha errado el tiro. Interviene con una repetitiva insistencia en un blog muy visitado, y se destaca de ser un impertinente que no ceja en su propósito de demostrar su antisemitismo. Como no era para menos le contesté en los siguientes términos: “A propósito, supongo que quien me dio el pésame por ser israelí, lo habrá dicho en broma. Con toda la simpatía que me merece España en general y Cataluña en particular, he de confesar que prefiero ser un israelí judío a un catalán judío. El primero es ciudadano de un país democrático con plenos derechos que no tiene reparo alguno en hacer gala de su fe; en el segundo, si bien estimo que se cumplen las primeras dos circunstancias, me pregunto si acaso puede hacer alarde de su judaísmo a plena voz, con toda seguridad de que nadie frunza el ceño. Tengo mis dudas, y me sentiría satisfecho de que alguien conocedor del tema me pueda asegurar que mis reservas no tienen base alguna. Porque hasta tanto yo sepa, sí existe cierto antisemitismo en España. Es más, un sondeo realizado hace unos años colocaba a ese país en primera fila de las naciones europeas que albergan sentimientos racistas. Contra los judíos, se entiende. Y realmente, es una lástima que así sea”.
De cualquier modo, confieso que el caso me dio por pensar, y me pregunté si realmente estaba en lo cierto. La verdad es que al llegar a este país, allá por los años 40, la transición de la metrópolis catalana a la (entonces) Palestina me resultó muy difícil, y en un momento dado parecía que no podría cuajar en el nuevo ambiente, que me resultaba extraño y hasta hostil. Posiblemente lo conseguí con mucho esfuerzo porque había llegado a este país siendo todavía un imberbe adolescente. A esa edad nadie tiene todavía fijado el rumbo que piensa seguir, y especialmente en mi caso porque las aciagas circunstancias habían desbaratado todo pensamiento que no fuera sobrevivir. Efectivamente, nuestra idea principal en aquellos años de la Guerra Civil, y luego de la II Guerra Mundial, era cómo íbamos nosotros, una familia judía, a salvar el pellejo. Literalmente.
Apenas nos sentíamos en casa (no pregunten en qué condiciones vivíamos) cuando estalló la Guerra de la Independencia, y como los jóvenes de mi edad, me incorporé a filas. Afortunadamente pude regresar a casa sano y salvo, lo cual no fue el caso de muchos otros que perecieron en esa cruenta lucha. El incipiente Estado perdió en una guerra que muchos ya daban por perdida, no menos de 6.373 hombres, lo que corresponde al 1% de la comunidad judía; es decir, si fuera el caso de España por ejemplo, ese porcentaje implicaría 450.000 muertos. Desde entonces Israel ha sido constantemente hostigado por la beligerancia árabe. Y ha tenido que afrontar más guerras que cualquier otro país del mundo: la Campaña del Sinaí en 1956, la Guerra de los Seis Días en 1967 (en la que fui movilizado y tomé parte activa) seguida por la Guerra de Desgaste (1968-70), la Guerra de Yom Kipur en 1973, la Guerra del Líbano (1982-85), las intifadas palestinas (2000-2005), la Segunda Guerra del Líbano, y no se han citado los ataques con misiles iraquíes durante la Primera Guerra del Golfo en 1991. A todo ello hay que agregar los ataques terroristas, que causaron 9,200 muertos. En total, desde la creación del Estado unos 22.400 israelíes han perdido la vida en razón de la beligerancia árabe.
Para resumir, vivo en un país que no ha gozado prácticamente de un día de absoluta calma. Yo y otros 6 millones de habitantes judíos. Además, que no nos hagamos ilusiones, Israel adolece de muchos defectos. Más o menos como cualquier otro país. Por empezar, como ya lo he dicho, el problema de la seguridad nacional sigue vigente hasta el día de hoy. Y, en general, la vida no es fácil aquí. Pero se han hecho algunas cosas que son realmente sobresalientes. En la agricultura, la industria, la alta tecnología y dónde no. Que se ha fructificado el desierto, es un decir que… por muy usado que esté, no deja de ser cierto. La vieja Palestina ha quedado totalmente transformado, y lo digo por ser un testigo ocular de esa increíble evolución. También bien se puede decir que hay gente muy capaz en este diminuto país, que ha hecho cosas que han impresionado al mundo.
En definitiva, éste es el país que tenemos, que hemos labrado con nuestras manos, para emplear una metáfora. Mejor dicho; es nuestra casa, y no tenemos otra. Es una delicia salir del país y visitar a los buenos amigos que tenemos fuera; pero es más satisfactorio volver a nuestro terruño, al que añoramos tanto si nos descuidamos y quedamos rezagados en tierras ajenas.
De modo que, para terminar, he de repetir: soy israelí, y con mucha honra.
Y con dos cojones, añado yo. Los que hacen falta para creer en algo y luchar por ello. Paro luchar cuando es peligroso hacerlo, cuando el enemigo está vivito y coleando y lo tienes enfrente. Los mismos cojones que les faltaron a muchos (me imagino quien es el que le dio el "pésame" a Moshé y donde "se luce") para ser antifranquistas cuando era necesario serlo, cuando el dictador estaba vivo y daba zarpazos de muerte.
Etiquetas: Israel, La España de Torrente
1 comentarios:
Y con razón se siente orgulloso de ser israelí. Un desierto transformado en un jardín de democracia, salud, educación, tecnología, defensa, innovación y prosperidad. Un pueblo que recuperó su dignidad desde el abismo de la podredumbre y ceniza. ¿Quién no se sentiría orgulloso de eso?
De Anónimo, A las 11/15/2007 2:47 p. m.
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