Sentir, luchar, vencer ... podemos

lunes, octubre 16, 2006

Matan o son matados

Rebuscando un poco en el disco duro de mi PC he encontrado varios archivos de textos de mi muy admirado Gabriel Albiac. Aunque tienen meses, y en algunos casos años, mantienen plenamente su vigencia. Así que de vez en cuando iré colgando alguno de ellos. Aquí está el primero:

«MATAN O SON MATADOS»
Gabriel Albiac

Sólo los muy imbéciles o los muy malvados podían, tras el ataque del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York, negar la evidencia de que la cuarta guerra mundial (claro está que la tercera fue la larga guerra fría) había comenzado. Y que nadie en el planeta iba a quedar a cubierto de esa ofensiva global contra los infieles (kafirers), abierta por el yihadismo de origen saudí e implantación mundial difusa a través de la red de los ulemas. A cuál de esas dos categorías, estupidez o maldad, pertenecía entonces - como pertenece ahora- la nulidad hoy al frente del Gobierno español, es para mí un misterio. Desasosegante. Pero quede claro que desertar de Iraq - en donde se está dando una batalla clave, de cuyo desenlace depende, en buena parte, el curso de esta guerra- y llamar a idéntica deserción a todos los aliados de los Estados Unidos, como lo hizo el incalificable Rodríguez Zapatero, es la mayor obscenidad, en política internacional, del último medio siglo.

Como objetivo militar, Londres ayer responde a la misma lógica que el Madrid del 11 de marzo de 2004. A la misma de aquel Bali de los jóvenes australianos masacrados en Kuta. A esa lógica blindada que se inicia con el ataque de los multimillonarios creyentes saudíes de Al Qaeda contra los trabajadores neoyorkinos, en el corazón de la metrópoli que hoy simboliza a la libre condición ciudadana. Ellos, los devotos de Bin Laden, sí saben que están en guerra. Y hacen lo que a sus intereses estratégicos conviene: golpear implacablemente; hacerlo, sobre todo, contra población civil; aprovechar los momentos de más alta resonancia simbólica y mayor acumulación mediática: la reunión del G8 y la decisión del COI, en el caso de Londres; como las elecciones generales lo fueron en Madrid. Lo saben, también, los estadounidenses. Porque, en la tradición americana, a un ataque militar se responde con otro ataque militar más duro. No con una rendición. A la española.

¿Europa? Europa se tapa los ojos y aguarda que cobardía y halagos le ganen el perdón de los asesinos. No es nuevo. Lo mismo hizo frente a Hitler: nada. Sin la resistencia británica, el continente hubiera sido equitativamente repartido entre Hitler y Stalin en 1940. Está loca Europa. Lleva ya casi un siglo absorta en su locura suicida. La Europa continental, al menos. Los yihadistas no conocen piedad hacia los vencidos. No la contempla el Corán: «Matad a los infieles allá donde los encontréis» (Corán, IX, 5). «No seréis vosotros quienes los hayáis matado. Será Dios» (Corán, VIII, 17). Cada debilidad europea multiplicará los cadáveres. Porque un musulmán se debe al mandato divino de combatir a los abominables infieles. Y sabe inapelablemente que «si Alá decide castigar a los hombres a causa de su injusticia, no dejará vivo sobre la tierra a ser alguno» (Corán, XVI, 61).

Es la guerra. Total. Sólo un imbécil o un malvado querría ocultar eso. Y no hay más que una esperanza hoy en el viejo continente: Gran Bretaña. Como siempre. Por eso es lógico que el Islam la golpee. Por eso es esencial la voz inequívoca de Blair: «Nosotros ganaremos. Ellos, no». Hoy, como en la primera guerra mundial y, sobre todo, como en la segunda, el honor de Europa se llama Londres. La libertad de Europa se llama Londres. Si los británicos cedieran, como cedió España hace un año y medio, la última trinchera frente a una barbarie sin precedente en siglos habría caído. Y Europa se volvería inhabitable. Para un hombre libre. Para un hombre. Si los británicos resisten - y yo estoy seguro de esa conmovedora tenacidad británica, exaltada por Blair hoy, como ayer por Churchill- , la estrategia de la guerra global contra el Islam habrá de ser asumida por cualquier sociedad democrática, por cualquier sociedad moderna, en cualquier parte del mundo. En Europa, sobre todo; en esta Europa cuya tácita complicidad con el trazado de las redes islamistas durante las tres últimas décadas del siglo veinte contribuyó a fijar la logística sobre la cual se asienta esta ofensiva; eso y la loca judeofobia que ha regido la política europea en el Cercano Oriente.

Habrá de ser asumido, ante todo, que el corazón de esta guerra mundial es su cuartel general financiero: las feudales petrotiranías del Golfo. Y que eso no puede seguir. Ni un día más. Si queremos seguir vivos. Liquidar físicamente a los místicos de Bin Laden, allá donde presenten batalla, es imprescindible: sea en Iraq, en Afganistán, Bali, Madrid o Londres. Pero es también anecdótico. Borrar del mapa político a los degenerados jeques que engrasan con petrodólares ese sombrío ejército de místicos descerebrados, ulemas, mártires, es lo único decisivo a medio plazo.

Las guerras hay que ganarlas. Al precio que sea preciso. Nunca es bajo. Pero, ¡ay de los que acepten sin combate la derrota! Nada quedará de ellos. El islamismo está en guerra. Aniquilará todo a su paso, si antes no es aniquilado. Europa - también esta triste España, cuyo ministro de Defensa dice preferir que lo maten a presentar combate- no tiene alternativa ya; Europa es el envite. La guerra está sobre su territorio. Guerra sin cuartel. Guerra de exterminio. Guerra por el imperio del homicida Dios coránico sobre la tierra. La opción es ésa. «Alá ha comprado la persona y bienes de los creyentes, para darles el Paraíso a cambio. Combaten en el camino de Alá. Matan o son matados ». Palabra de Dios: Corán, IX, 111. Matan. O son matados. No hay equívoco.

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