No digas que fue un sueño
NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO
Ciudad del Betis, 11 de Mayo de 2007
by Discobolo
Mira, mi niña, era un día como hoy. Tú no habías nacido, pero era un día como hoy.
Tu papá estaba en Almería y lo vivió por la radio, desesperado por no encontrar ni un bar en el que echasen el partido. Íbamos a Bilbao con un empate a cero y con otro empate a cero terminó el partido en medio de un infierno, con unos jugadores que le echaron toda la testiculina que les había inyectado un señor bajito con bigote.
Hija, no te puedes imaginar como gritaba tu padre cada penalti, ni como saltó cuando la radio decía que Doblas había parado, ni como temblaba antes de lanzar Luís Fernández, ni como se me salió el corazón por la boca gritando gol, en medio de una calle de Almería. Era un día como hoy, nena, y aquel día empezó un mes mágico, aunque cuatro días antes ya habíamos tenido el anticipo en un derbi que lo cambió todo, absolutamente todo.
Luego empezamos a ganarlo todo, hija: Al Atlético en Madrid, al Zaragoza... como para olvidarlo... aquella noche tu padre gritó los tres goles de la remontada hasta saltársele las lágrimas... a la mañana siguiente lloró destrozado cuando tu abuelo se fue al Cuarto Anillo sin despedirse de nosotros. Aquel día que nos pusimos los cuartos. Y ahí nos quedamos el antepenúltimo día de Mayo, para gritar a todos que el Betis era un equipo de Champions.
Pero quedaba lo mejor, mi vida. Tu papá se fue a Madrid un 11 de Junio, para completar el mes que más alegrías le dio el fútbol y más penas la vida. Y vivió la llegada del autobús, las gradas en verde, el gol de Oliveira, aquel gol de Dani, Cañitas con la Copa... todavía se me saltan las lagrimas cuando lo cuento.
Y aquel verano, nena. La Supercopa contra el Barcelona, la previa de la Champions contra el Mónaco, el gol de Edú, el de Oliveira yéndose de todos... ¡que verano, mi niña!... que verano.
Pero, ay, aquel verano también se labró lo que hoy se recoge. Y el hombre bajito del bigote que inyectaba testiculina resultó también brujo cuando dijo que el Betis sería lo que un hombre, el hombre que pudo reinar, quisiera que fuese. Y bien sabe Dios que acertó.
Porque aquel hombre que pudo reinar ya tenía las entrañas envenenadas. Por el cariño de la afición al hombre del bigote, porque los béticos atribuyesen mucho más mérito a éste que a él, porque aún en esos momentos los que él veía como vasallos no le hiciesen reverencias. El hombre que pudo reinar empezó a sentir celos. Y miedo a perder el control. Un miedo que lo carcomía, que le obsesionaba, que le hacía temer un Betis grande porque un Betis grande no podía llevarse como una empresa pequeña, y si el Betis crecía el control absoluto se hacía imposible. Aparte de que había que elegir entre el amor al Betis y el amor al dinero...
Pero hija, a pesar de lo que te cuento, todavía nos quedaba por soñar despiertos. Y vino la Champions y soñamos entre estrellas: el primer día que oímos el himno con el Liverpool, el partido contra el Anderletch, la gran noche del Chelsea y la magia de Anfield. Aquellos días el Betis de Utrera, de las tortillas de papas, de las rifas, ese mismo Betis aparecía en el nombre de una bola como uno de los mejores de Europa. Hace tan poco tiempo de eso... y al mismo tiempo parece tan lejano.
Y un día de Diciembre vimos las estrellas por última vez. Y no fue un día cualquiera, hija. Fue el inicio del esperpento y de la locura. Fue el día en hombre que pudo reinar se ahogó en sí mismo, atónito ante lo que él consideró como desagradecimiento y sin entender como los que él veía como sus vasallos osaban incluso a tomárselo a broma. Y algo peor: a proclamar a voz en grito que el que nos había hecho soñar despiertos era un señor bajito con bigote, el mismo que nos había hecho soñar ocho años antes.
Y, cual si fuese la decadencia de Roma pero condensada en pocos meses, el sueño se desvaneció como un castillo de naipes. Pero mi vida, el Betis es el Betis, y no podía pasar de la cima a la medianía. No, claro que no. El Betis solo podía ser fiel a si mismo despeñándose. Pero a diferencia de otras épocas, en las que la caída era solo deportiva, esta vez caímos a la indignidad y el desatino. ¿He dicho caímos? Más bien nos empujó un solo hombre, desde la soledad de su bunker.
Y el sueño dio paso a la pesadilla, hija. Arrastrándonos por los campos de fútbol en plena resaca de Copa y Champions, al menos se echaron arrestos para mantenernos en Primera. Pero aquellos a los que un solo hombre, un hombre sólo, veía como vasallos, esos debían ser castigados. Y llegó otro verano, pero si el anterior había sido el verano de los sueños, ahora vino el verano del caos.
Porque aquel verano, hija, el hombre que pudo reinar culminó su encierro marchándose del trono para poder estar más oculto, y poniendo un valido en su lugar al que no solo dio capacidad alguna, sino al que humilló y maltrató en cuanto pasó un mes. Se marchó del trono, o más bien huyó, pero con la corona puesta, que nunca había pensado en dejar de ceñir. Y castigó a aquel hombre bajito con bigote en el que se había concentrado todo el cariño que un día tuvo él, sin entender que llevaba muchos años haciendo méritos para perderlo.
Y el hombre bajito con bigote fue despedido sin una sola palabra, salvo para acusarle de maldades sin cuento e intentar reducir su crédito y su leyenda. Y ese hombre, mi niña, se despidió sin una mala palabra ni un mal gesto, acompañado de otros hombres honrados que no pocos momentos de gloria habían traído al Betis. Un tal Alexis, un tal Esnaola, algún día te hablaré de ellos, hija mía. Y también de un tal Pep, al que se le ocurrió una frase que llevamos grabadas en las pulseras en los días de magia.
Ya sé que esta parte del cuento es triste, hija, y más al recordar como empezaba, tal día como hoy. Pero así es esta historia.
Y siguió el verano, y continuó el espectáculo. El bunker se convirtió, una vez más, en el centro de todas las miradas, dejando tristemente claro que el trono de La Palmera no era más que un remedo que solo podía ser realmente ocupado por un hombre, o tal vez por su busto. Y tras interminables noches en los que el hombre que pudo reinar pudo satisfacer su natural deseo de ser el centro de atención, fueron traspasados los dos mejores jugadores que habían pasado por aquí en muchos años, no sin antes llegar al incalificable episodio de ceder a uno de ellos al Albacete.
El hombre que pudo reinar era consciente de que esa operación, en la que el amor al dinero se imponía al amor al Betis, debía acompañarse de alguna coartada. Y cierto es, hija, que los béticos llevamos la esperanza por bandera y siempre estamos prestos a ilusionarnos con lo más mínimo. Así que bastó con la inminencia del centenario y tres fichajes, alguno de ellos a lazo en un Aeropuerto, para que hiciésemos de tripas corazón y mirásemos al futuro a pesar de los pesares.
Te he hablado del centenario, ¿verdad? No te voy a volver a contar lo que te he contado otras veces, hija. Solo te diré que durante nueve meses se instaló en nuestra casa en La Palmera la sensación de que era posible otra forma de hacer las cosas, con pocos medios pero infinitas manos, con poco apoyo pero infinita ilusión. Otra forma de hacer las cosas, autónoma, independiente, profesional y muy digna.
En cierto modo, esos meses fueron un pequeño sueño dentro de la pesadilla. O tal vez un espejismo. Fueron meses en los que, más allá del esperpento, se consiguió recobrar mucha parte de dignidad, y ofrecerle a los béticos muchas cosas que merecían: su himno, su bandera, su memoria...
Pero hija, como ya sabes, el hombre que pudo reinar y que no quiso acudir a ver izar la bandera el 1 de Enero, el hombre que vivió todo el año 2006 encerrado en su bunker, volvió a sentir la misma sensación que aquel electricista con bigote le había hecho sentir: el durísimo resquemor de los celos. Los celos hacia la ilusión que se había despertado sin él, los celos hacia quienes le habían demostrado que podían hacerse las cosas de otra forma, los celos hacia lo que empezaba a ser un éxito cuando él estaba convencido de que iban a estrellarse cuando les dejó hacer allá por el verano.
De esta forma, alguno que otro fué puesto casi al mismo nivel que el electricista del bigote en los pensamientos e inquietudes del hombre que pudo reinar. Y el desatino dio paso a los momentos más indignos que ha tenido que vivir el Betis en sus 100 años de historia. Pero no te volveré a contar, hija mía, lo doloroso que fue ver aquel busto en nuestro Palco, o aquel perro en todos los telediarios para mofa y escarnio de nuestra bandera, de nuestro centenario y de nuestro sentimiento.
Lo que sí te diré es que hoy, tal día como hace solo dos años, nuestro Betis sufre como casi nunca ha sufrido. Que el sentimiento de miles de personas está secuestrado por un solo hombre. Que no sé si quedan por venir momentos peores, pero me temo que sí. Y que el hombre que pudo reinar, ese hombre que dilapidó todo su crédito y el cariño que se le procesaba hace ya tiempo, pero muy especialmente en estos dos años, sigue más obsesionado por ver fantasmas donde no los hay que en decidirse a dejar libre al Betis al que un día sin duda quiso y fue correspondido con creces.
Te diré que no hay carpetas suficientes para investigar a todas las voces que se levantan y se levantarán, ni forma de parar una marea que está en la calle, en las peñas, en La Palmera o en el mismo Consejo. Un clamor que tal vez no le llegue por completo al hombre que pudo reinar porque, aún sabiendo ya todos que no es un Dios sino un hombre, sigue inspirando un inveterado respeto o una incomprensible pleitesía a quienes lo tienen frente a frente, que flaco favor le hacen al hombre que pudo reinar (y lo que es peor, al Betis) si no son capaces de explicarle que son miles las voces que piden lo mismo y que se equivoca si ve enemigos donde solo hay béticos que quieren al Betis.
Y te diré, en fin, hija mía, aunque sé que no me oyes mientras te cuento esto, porque duermes en tu cuna y aunque estuvieses despierta no podrías entender nada de lo que digo, que miles de voces se levantarán por la dignidad de un sentimiento, para que cuando crezcáis no tengáis que vivir la vergüenza que están teniendo que sentir vuestros padres.
Y todo eso te cuento tal día como hoy, 11 de Mayo, el día que se cumplen dos años del inicio de aquel mes de ensueño. Aquel mes en el que tocamos el cielo con las manos. Aquel mes que ahora, cuando nos jugamos la permanencia por segundo año consecutivo, parece tan lejano. Pero eso sí, hija, aunque luego aquel mes mágico se haya tornado en pesadilla, no digas que fue un sueño.
Ciudad del Betis, 11 de Mayo de 2007
by Discobolo
Mira, mi niña, era un día como hoy. Tú no habías nacido, pero era un día como hoy.
Tu papá estaba en Almería y lo vivió por la radio, desesperado por no encontrar ni un bar en el que echasen el partido. Íbamos a Bilbao con un empate a cero y con otro empate a cero terminó el partido en medio de un infierno, con unos jugadores que le echaron toda la testiculina que les había inyectado un señor bajito con bigote.
Hija, no te puedes imaginar como gritaba tu padre cada penalti, ni como saltó cuando la radio decía que Doblas había parado, ni como temblaba antes de lanzar Luís Fernández, ni como se me salió el corazón por la boca gritando gol, en medio de una calle de Almería. Era un día como hoy, nena, y aquel día empezó un mes mágico, aunque cuatro días antes ya habíamos tenido el anticipo en un derbi que lo cambió todo, absolutamente todo.
Luego empezamos a ganarlo todo, hija: Al Atlético en Madrid, al Zaragoza... como para olvidarlo... aquella noche tu padre gritó los tres goles de la remontada hasta saltársele las lágrimas... a la mañana siguiente lloró destrozado cuando tu abuelo se fue al Cuarto Anillo sin despedirse de nosotros. Aquel día que nos pusimos los cuartos. Y ahí nos quedamos el antepenúltimo día de Mayo, para gritar a todos que el Betis era un equipo de Champions.
Pero quedaba lo mejor, mi vida. Tu papá se fue a Madrid un 11 de Junio, para completar el mes que más alegrías le dio el fútbol y más penas la vida. Y vivió la llegada del autobús, las gradas en verde, el gol de Oliveira, aquel gol de Dani, Cañitas con la Copa... todavía se me saltan las lagrimas cuando lo cuento.
Y aquel verano, nena. La Supercopa contra el Barcelona, la previa de la Champions contra el Mónaco, el gol de Edú, el de Oliveira yéndose de todos... ¡que verano, mi niña!... que verano.
Pero, ay, aquel verano también se labró lo que hoy se recoge. Y el hombre bajito del bigote que inyectaba testiculina resultó también brujo cuando dijo que el Betis sería lo que un hombre, el hombre que pudo reinar, quisiera que fuese. Y bien sabe Dios que acertó.
Porque aquel hombre que pudo reinar ya tenía las entrañas envenenadas. Por el cariño de la afición al hombre del bigote, porque los béticos atribuyesen mucho más mérito a éste que a él, porque aún en esos momentos los que él veía como vasallos no le hiciesen reverencias. El hombre que pudo reinar empezó a sentir celos. Y miedo a perder el control. Un miedo que lo carcomía, que le obsesionaba, que le hacía temer un Betis grande porque un Betis grande no podía llevarse como una empresa pequeña, y si el Betis crecía el control absoluto se hacía imposible. Aparte de que había que elegir entre el amor al Betis y el amor al dinero...
Pero hija, a pesar de lo que te cuento, todavía nos quedaba por soñar despiertos. Y vino la Champions y soñamos entre estrellas: el primer día que oímos el himno con el Liverpool, el partido contra el Anderletch, la gran noche del Chelsea y la magia de Anfield. Aquellos días el Betis de Utrera, de las tortillas de papas, de las rifas, ese mismo Betis aparecía en el nombre de una bola como uno de los mejores de Europa. Hace tan poco tiempo de eso... y al mismo tiempo parece tan lejano.
Y un día de Diciembre vimos las estrellas por última vez. Y no fue un día cualquiera, hija. Fue el inicio del esperpento y de la locura. Fue el día en hombre que pudo reinar se ahogó en sí mismo, atónito ante lo que él consideró como desagradecimiento y sin entender como los que él veía como sus vasallos osaban incluso a tomárselo a broma. Y algo peor: a proclamar a voz en grito que el que nos había hecho soñar despiertos era un señor bajito con bigote, el mismo que nos había hecho soñar ocho años antes.
Y, cual si fuese la decadencia de Roma pero condensada en pocos meses, el sueño se desvaneció como un castillo de naipes. Pero mi vida, el Betis es el Betis, y no podía pasar de la cima a la medianía. No, claro que no. El Betis solo podía ser fiel a si mismo despeñándose. Pero a diferencia de otras épocas, en las que la caída era solo deportiva, esta vez caímos a la indignidad y el desatino. ¿He dicho caímos? Más bien nos empujó un solo hombre, desde la soledad de su bunker.
Y el sueño dio paso a la pesadilla, hija. Arrastrándonos por los campos de fútbol en plena resaca de Copa y Champions, al menos se echaron arrestos para mantenernos en Primera. Pero aquellos a los que un solo hombre, un hombre sólo, veía como vasallos, esos debían ser castigados. Y llegó otro verano, pero si el anterior había sido el verano de los sueños, ahora vino el verano del caos.
Porque aquel verano, hija, el hombre que pudo reinar culminó su encierro marchándose del trono para poder estar más oculto, y poniendo un valido en su lugar al que no solo dio capacidad alguna, sino al que humilló y maltrató en cuanto pasó un mes. Se marchó del trono, o más bien huyó, pero con la corona puesta, que nunca había pensado en dejar de ceñir. Y castigó a aquel hombre bajito con bigote en el que se había concentrado todo el cariño que un día tuvo él, sin entender que llevaba muchos años haciendo méritos para perderlo.
Y el hombre bajito con bigote fue despedido sin una sola palabra, salvo para acusarle de maldades sin cuento e intentar reducir su crédito y su leyenda. Y ese hombre, mi niña, se despidió sin una mala palabra ni un mal gesto, acompañado de otros hombres honrados que no pocos momentos de gloria habían traído al Betis. Un tal Alexis, un tal Esnaola, algún día te hablaré de ellos, hija mía. Y también de un tal Pep, al que se le ocurrió una frase que llevamos grabadas en las pulseras en los días de magia.
Ya sé que esta parte del cuento es triste, hija, y más al recordar como empezaba, tal día como hoy. Pero así es esta historia.
Y siguió el verano, y continuó el espectáculo. El bunker se convirtió, una vez más, en el centro de todas las miradas, dejando tristemente claro que el trono de La Palmera no era más que un remedo que solo podía ser realmente ocupado por un hombre, o tal vez por su busto. Y tras interminables noches en los que el hombre que pudo reinar pudo satisfacer su natural deseo de ser el centro de atención, fueron traspasados los dos mejores jugadores que habían pasado por aquí en muchos años, no sin antes llegar al incalificable episodio de ceder a uno de ellos al Albacete.
El hombre que pudo reinar era consciente de que esa operación, en la que el amor al dinero se imponía al amor al Betis, debía acompañarse de alguna coartada. Y cierto es, hija, que los béticos llevamos la esperanza por bandera y siempre estamos prestos a ilusionarnos con lo más mínimo. Así que bastó con la inminencia del centenario y tres fichajes, alguno de ellos a lazo en un Aeropuerto, para que hiciésemos de tripas corazón y mirásemos al futuro a pesar de los pesares.
Te he hablado del centenario, ¿verdad? No te voy a volver a contar lo que te he contado otras veces, hija. Solo te diré que durante nueve meses se instaló en nuestra casa en La Palmera la sensación de que era posible otra forma de hacer las cosas, con pocos medios pero infinitas manos, con poco apoyo pero infinita ilusión. Otra forma de hacer las cosas, autónoma, independiente, profesional y muy digna.
En cierto modo, esos meses fueron un pequeño sueño dentro de la pesadilla. O tal vez un espejismo. Fueron meses en los que, más allá del esperpento, se consiguió recobrar mucha parte de dignidad, y ofrecerle a los béticos muchas cosas que merecían: su himno, su bandera, su memoria...
Pero hija, como ya sabes, el hombre que pudo reinar y que no quiso acudir a ver izar la bandera el 1 de Enero, el hombre que vivió todo el año 2006 encerrado en su bunker, volvió a sentir la misma sensación que aquel electricista con bigote le había hecho sentir: el durísimo resquemor de los celos. Los celos hacia la ilusión que se había despertado sin él, los celos hacia quienes le habían demostrado que podían hacerse las cosas de otra forma, los celos hacia lo que empezaba a ser un éxito cuando él estaba convencido de que iban a estrellarse cuando les dejó hacer allá por el verano.
De esta forma, alguno que otro fué puesto casi al mismo nivel que el electricista del bigote en los pensamientos e inquietudes del hombre que pudo reinar. Y el desatino dio paso a los momentos más indignos que ha tenido que vivir el Betis en sus 100 años de historia. Pero no te volveré a contar, hija mía, lo doloroso que fue ver aquel busto en nuestro Palco, o aquel perro en todos los telediarios para mofa y escarnio de nuestra bandera, de nuestro centenario y de nuestro sentimiento.
Lo que sí te diré es que hoy, tal día como hace solo dos años, nuestro Betis sufre como casi nunca ha sufrido. Que el sentimiento de miles de personas está secuestrado por un solo hombre. Que no sé si quedan por venir momentos peores, pero me temo que sí. Y que el hombre que pudo reinar, ese hombre que dilapidó todo su crédito y el cariño que se le procesaba hace ya tiempo, pero muy especialmente en estos dos años, sigue más obsesionado por ver fantasmas donde no los hay que en decidirse a dejar libre al Betis al que un día sin duda quiso y fue correspondido con creces.
Te diré que no hay carpetas suficientes para investigar a todas las voces que se levantan y se levantarán, ni forma de parar una marea que está en la calle, en las peñas, en La Palmera o en el mismo Consejo. Un clamor que tal vez no le llegue por completo al hombre que pudo reinar porque, aún sabiendo ya todos que no es un Dios sino un hombre, sigue inspirando un inveterado respeto o una incomprensible pleitesía a quienes lo tienen frente a frente, que flaco favor le hacen al hombre que pudo reinar (y lo que es peor, al Betis) si no son capaces de explicarle que son miles las voces que piden lo mismo y que se equivoca si ve enemigos donde solo hay béticos que quieren al Betis.
Y te diré, en fin, hija mía, aunque sé que no me oyes mientras te cuento esto, porque duermes en tu cuna y aunque estuvieses despierta no podrías entender nada de lo que digo, que miles de voces se levantarán por la dignidad de un sentimiento, para que cuando crezcáis no tengáis que vivir la vergüenza que están teniendo que sentir vuestros padres.
Y todo eso te cuento tal día como hoy, 11 de Mayo, el día que se cumplen dos años del inicio de aquel mes de ensueño. Aquel mes en el que tocamos el cielo con las manos. Aquel mes que ahora, cuando nos jugamos la permanencia por segundo año consecutivo, parece tan lejano. Pero eso sí, hija, aunque luego aquel mes mágico se haya tornado en pesadilla, no digas que fue un sueño.
Somos muchos los béticos que nos sentimos como tú, Discóbolo.
Lopera perro traidor
¡¡¡VETE YA!!!
Etiquetas: El refugio de las trece barras
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