Homenaje de Albiac a las Panteras del Tzahal
Gracias a Eli cohen de http://bellaaurora.blogspot.com/ podemos leer el siguiente artículo publicado por Gabriel Albiac en La Razón el pasado lunes. Gracias Eli y gracias Gabriel.
La libertad es las armas
Sobrevivió al filtro de mi correo electrónico de puro milagro. Andaba ya en la papelera, a la cual automáticamente encamino las misivas cuyo remite mi agenda no reconoce, cuando me retuvo su título: «Mujeres soldado». No contenía mensaje. Sólo un link a You-tube: http://www.youtube.com/watch?v=lAS_kIayqd0.
Sobreponiéndome a mi sacrosanto escrúpulo hacia la democrática muchedumbre de los virus, pulsé el enlace. Cuatro minutos y once segundos de vídeo. En rigor, secuencia de fotografías, que acota una canción enfatizada por los acordes muy elementales de guitarra acústica. En las fotos no hay más que mujeres.
Pero, en rigor, debería decir muchachas, adolescentes casi. Uniformadas, la mayor parte de las veces. Pero también en la cotidianidad del levantarse con desgana, lavarse los dientes, gamberrear con los amigos, hacer la tediosa compra en el supermercado. Las hay inequívocamente centroeuropeas, de densa tez mediterránea, etíope, quizás, alguna. La sola continuidad la da el fusil de asalto. Ya sea en la inmediatez de los carros de combate en el desierto, ya en la rutina del cargado carrito de la compra, ya en el adormilamiento perezoso del tren y el ipod, ya en el jolgorio caótico de las, pese a todo, adolescentes que se apelotonan y juegan, ya sobre la manifiesta semiesfera, incluso, de un embarazo avanzado...
Todas deben de tener muy poco por encima o por debajo de los veinte. Todas saben que son libres tan sólo porque tienen ese fusil de asalto. Que no hacer uso eficiente de las armas las trocaría en esclavas. O en menos que eso: las borraría. Son israelíes, claro.
A los imbéciles humanitarios, que por aquí proclaman la paz valor absoluto, esta empecinada voluntad de un pueblo entero -hombres como mujeres, desde que, con la edad adulta, llega la dura constricción de la ciudadanía- por defender su libertad, fusil en mano, debe, supongo, parecerles cosa «gótica», «facha» o troglodita. A mí me hace recuperar un tenue aliento de fe en la condición humana: en pleno triste siglo veintiuno, en plena idiotez de miedo a la libertad, renuncia y derrotismo pacifista, hay una nación para la cual existir es combate.
Una nación, cada uno de cuyos ciudadanos sabe que es libre porque nada, absolutamente nada, le moverá a la renuncia de defender con las armas su existencia. A su espalda hay el mar y el riesgo. Sin línea de repliegue.
Quien haya paseado alguna vez por las calles de Jerusalén o Tel-Aviv conoce a esas adolescentes. Idénticas, en la risa fácil y en una cristalina fragilidad sólo aparente, a cualesquiera de las que cruzamos en nuestras apacibles ciudades europeas. Idénticas. Salvo por el fúsil en bandolera. Enorme, sobre sus cuerpos menudos.
Quien haya hablado alguna vez con ellas sabe la superposición conmovedora del mundo de la casi infancia, del cual apenas salen, con una adulta voluntad de hierro.
Sólo la historia de un pueblo que sobrevivió al exterminio a fuerza de coraje y de fe en su prodigioso patrimonio nómada, puede dar eso. Que es el más alto milagro de un Dios en el cual no creo. Y al cual, en sus gentes, saludo: Shemá, Israel. Y gracias.
Este es el vídeo:
http://www.youtube.com/watch?v=lAS_kIayqd0Sobreponiéndome a mi sacrosanto escrúpulo hacia la democrática muchedumbre de los virus, pulsé el enlace. Cuatro minutos y once segundos de vídeo. En rigor, secuencia de fotografías, que acota una canción enfatizada por los acordes muy elementales de guitarra acústica. En las fotos no hay más que mujeres.
Pero, en rigor, debería decir muchachas, adolescentes casi. Uniformadas, la mayor parte de las veces. Pero también en la cotidianidad del levantarse con desgana, lavarse los dientes, gamberrear con los amigos, hacer la tediosa compra en el supermercado. Las hay inequívocamente centroeuropeas, de densa tez mediterránea, etíope, quizás, alguna. La sola continuidad la da el fusil de asalto. Ya sea en la inmediatez de los carros de combate en el desierto, ya en la rutina del cargado carrito de la compra, ya en el adormilamiento perezoso del tren y el ipod, ya en el jolgorio caótico de las, pese a todo, adolescentes que se apelotonan y juegan, ya sobre la manifiesta semiesfera, incluso, de un embarazo avanzado...
Todas deben de tener muy poco por encima o por debajo de los veinte. Todas saben que son libres tan sólo porque tienen ese fusil de asalto. Que no hacer uso eficiente de las armas las trocaría en esclavas. O en menos que eso: las borraría. Son israelíes, claro.
A los imbéciles humanitarios, que por aquí proclaman la paz valor absoluto, esta empecinada voluntad de un pueblo entero -hombres como mujeres, desde que, con la edad adulta, llega la dura constricción de la ciudadanía- por defender su libertad, fusil en mano, debe, supongo, parecerles cosa «gótica», «facha» o troglodita. A mí me hace recuperar un tenue aliento de fe en la condición humana: en pleno triste siglo veintiuno, en plena idiotez de miedo a la libertad, renuncia y derrotismo pacifista, hay una nación para la cual existir es combate.
Una nación, cada uno de cuyos ciudadanos sabe que es libre porque nada, absolutamente nada, le moverá a la renuncia de defender con las armas su existencia. A su espalda hay el mar y el riesgo. Sin línea de repliegue.
Quien haya paseado alguna vez por las calles de Jerusalén o Tel-Aviv conoce a esas adolescentes. Idénticas, en la risa fácil y en una cristalina fragilidad sólo aparente, a cualesquiera de las que cruzamos en nuestras apacibles ciudades europeas. Idénticas. Salvo por el fúsil en bandolera. Enorme, sobre sus cuerpos menudos.
Quien haya hablado alguna vez con ellas sabe la superposición conmovedora del mundo de la casi infancia, del cual apenas salen, con una adulta voluntad de hierro.
Sólo la historia de un pueblo que sobrevivió al exterminio a fuerza de coraje y de fe en su prodigioso patrimonio nómada, puede dar eso. Que es el más alto milagro de un Dios en el cual no creo. Y al cual, en sus gentes, saludo: Shemá, Israel. Y gracias.
Este es el vídeo:
Etiquetas: Israel
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