Molotov en la Moncloa
Albiac como siempre da en el clavo:
Molotov en Moncloa”
por Gabriel Albiac (Publicado por el diario LA RAZON el lunes 15 de enero de 2007)
"Como Hitler en el 39 con Stalin, ETA ha jugado inteligentemente con Zapatero. Y ha vencido. Vae victis!
Tomás Cuesta, que de esto del columnismo sabe más que casi todos nosotros, apuntó aquí el precedente más ilustre del knock-out de Zapatero que sigue al golpe relámpago de ETA en la T4: el Stalin macerado en fármacos y vodka tras la fulguración hitleriana sobre la frontera rusa. Duró semanas, esa borrachera. Para cuando el dictador salió de su pulso con el delirium trémens, todo era irreversible. Y Hitler había ganado la guerra. Así hubieran terminado las cosas, de no haber sido por un error milagroso: la petulancia que llevó a alemanes y japoneses a forzar la entrada en guerra de los Estados Unidos.
El paralelo es exactísimo. Más allá de la anécdota, casi excesiva, del estupor que anonada: a Stalin entonces, esta vez a Zapatero. Sabemos hoy que la derrota no comenzó en aquel 22 de junio del 41, cuando el frente ruso se desbarataba al primer roce de los blindados nazis. La derrota se selló dos años antes. En Moscú y ante Stalin. Cuando los ministros de la URSS y el Reich firmaron lo que decía ser un «Pacto de no agresión». El plan de paz Molotov-Ribbentrop fue la obra maestra del nazismo. En lo político como en lo militar. Muy pocos entre los intelectuales comunistas entendieron la dimensión colosal de la derrota con que aquel acuerdo, firmado en el legendario Moscú revolucionario, marcaba la histórica madrugada del 23 de agosto de 1939. Los que se atrevieron a dar el paso a la ruptura -recordaré aquí sólo la figura conmovedora de Paul Nizan- fueron, de inmediato, convertidos en traidores a una clase obrera cuyos dos grandes partidos (el Nacional-Socialista alemán y el Bolchevique ruso) acababan de tejer el más firme «cordón sanitario» frente al imperialismo anglo-americano, conforme al reiterado cliché de la prensa comunista europea en esos años.
Me vino a la memoria, leyendo a Tomás Cuesta, el relato que de aquellos días -verano del 41- nos dejó una de las figuras más apasionantes, y más injustamente olvidadas, del comunismo español de la primera hora. Enrique Castro Delgado era el representante del PCE en la Komintern tras la guerra de España. La sórdida experiencia moscovita lo llevó a un conflicto límite. Dolores Ibárruri quería su cabeza -y en aquel entonces todos sabían que esos deseos en la gran Dolores no eran nunca metafóricos-. Lo salvó Dimitrov, siempre sentimental con los viejos amigos. Ya en el exilio mejicano, escribió un par de testimonios esenciales sobre el Moscú de entonces. Alguien debería reeditarlos hoy como es debido. Hay un pasaje en «Perdí mi fe en Moscú», terrible y luminoso, sobre esa derrota. Verano del 41. Castro de veraneo en la colonia de dachas para dirigentes. Noticias vagas del ataque y avance alemanes. Rumores en voz baja sobre el batacazo psíquico de Stalin. En apenas minutos, todo contacto entre la cúpula de la Internacional y sus militantes se ha volatilizado. Castro susurra a su mujer: «¿Sabes? Fuera piensan que somos algo. No existimos».
Nada define mejor, hoy, el Estado de Zapatero. No existe. Como Hitler en el 41, ETA ha jugado inteligentemente y ha vencido. Salvo error imprevisible, la partida ha terminado. Vae victis!
Molotov en Moncloa”
por Gabriel Albiac (Publicado por el diario LA RAZON el lunes 15 de enero de 2007)
"Como Hitler en el 39 con Stalin, ETA ha jugado inteligentemente con Zapatero. Y ha vencido. Vae victis!
Tomás Cuesta, que de esto del columnismo sabe más que casi todos nosotros, apuntó aquí el precedente más ilustre del knock-out de Zapatero que sigue al golpe relámpago de ETA en la T4: el Stalin macerado en fármacos y vodka tras la fulguración hitleriana sobre la frontera rusa. Duró semanas, esa borrachera. Para cuando el dictador salió de su pulso con el delirium trémens, todo era irreversible. Y Hitler había ganado la guerra. Así hubieran terminado las cosas, de no haber sido por un error milagroso: la petulancia que llevó a alemanes y japoneses a forzar la entrada en guerra de los Estados Unidos.
El paralelo es exactísimo. Más allá de la anécdota, casi excesiva, del estupor que anonada: a Stalin entonces, esta vez a Zapatero. Sabemos hoy que la derrota no comenzó en aquel 22 de junio del 41, cuando el frente ruso se desbarataba al primer roce de los blindados nazis. La derrota se selló dos años antes. En Moscú y ante Stalin. Cuando los ministros de la URSS y el Reich firmaron lo que decía ser un «Pacto de no agresión». El plan de paz Molotov-Ribbentrop fue la obra maestra del nazismo. En lo político como en lo militar. Muy pocos entre los intelectuales comunistas entendieron la dimensión colosal de la derrota con que aquel acuerdo, firmado en el legendario Moscú revolucionario, marcaba la histórica madrugada del 23 de agosto de 1939. Los que se atrevieron a dar el paso a la ruptura -recordaré aquí sólo la figura conmovedora de Paul Nizan- fueron, de inmediato, convertidos en traidores a una clase obrera cuyos dos grandes partidos (el Nacional-Socialista alemán y el Bolchevique ruso) acababan de tejer el más firme «cordón sanitario» frente al imperialismo anglo-americano, conforme al reiterado cliché de la prensa comunista europea en esos años.
Me vino a la memoria, leyendo a Tomás Cuesta, el relato que de aquellos días -verano del 41- nos dejó una de las figuras más apasionantes, y más injustamente olvidadas, del comunismo español de la primera hora. Enrique Castro Delgado era el representante del PCE en la Komintern tras la guerra de España. La sórdida experiencia moscovita lo llevó a un conflicto límite. Dolores Ibárruri quería su cabeza -y en aquel entonces todos sabían que esos deseos en la gran Dolores no eran nunca metafóricos-. Lo salvó Dimitrov, siempre sentimental con los viejos amigos. Ya en el exilio mejicano, escribió un par de testimonios esenciales sobre el Moscú de entonces. Alguien debería reeditarlos hoy como es debido. Hay un pasaje en «Perdí mi fe en Moscú», terrible y luminoso, sobre esa derrota. Verano del 41. Castro de veraneo en la colonia de dachas para dirigentes. Noticias vagas del ataque y avance alemanes. Rumores en voz baja sobre el batacazo psíquico de Stalin. En apenas minutos, todo contacto entre la cúpula de la Internacional y sus militantes se ha volatilizado. Castro susurra a su mujer: «¿Sabes? Fuera piensan que somos algo. No existimos».
Nada define mejor, hoy, el Estado de Zapatero. No existe. Como Hitler en el 41, ETA ha jugado inteligentemente y ha vencido. Salvo error imprevisible, la partida ha terminado. Vae victis!
¿Tiene Zapatero la excusa de los fármacos y el vodka? lo dudo, con su limitadita capacidad neuronal y su "ansia infinita de paz" le basta y le sobra para arruinar lo que se le ponga por delante.
Ya lo decía mi abuela: "más por culo da un tonto sin querer que un listo queriendo". Y este, además, quiere.
Etiquetas: La España de Torrente
2 comentarios:
JAJA!! es muy cómico!! parece como si ETA fuera el que gobierna España (junto con su títere Zapatero).
De Anónimo, A las 1/24/2007 7:58 p. m.
Zapatero intenta utilizar a ETA como hace con todos, pero esta vez está trapicheando con gente más lista que él y que tiene claro sus objetivos
De pacobetis, A las 1/24/2007 8:17 p. m.
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