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lunes, julio 16, 2007

Aniversario del atentado de AMIA

La mentira de AMIA
Trastrocamiento total y acabado: trece años después, la matanza de la AMIA ha devenido en un circuito infernal de magnas distorsiones.
Ahora, resulta que es un “gran triunfo” que el Presidente cargue contra Menem y Corach y prometa que no parará hasta “llegar a la verdad”. En la misma sintonía, desde la comunidad judía manifiestan complacencia y alivio asombrosos para con la actitud de Kirchner, como si lo principal de aquel ataque terrorista fuesen las responsabilidades de los gobiernos en la investigación de la tragedia, que dejó 85 muertos como saldo principal, aunque no único.
Hace años, ya, que no se habla del ataque propiamente dicho. Es curioso: ha sido la comunidad judía, o al menos sus núcleos directivos actuales, tanto institucionales como autónomos, quienes más han abrazado la centralidad del llamado “encubrimiento” en toda la causa, no del crimen propiamente dicho.
La verdad es que pocos años después del ataque de 1994, la temática de ataque terrorista ya se había casi evaporado de la preocupación comunitaria. Cobró primacía, por el contrario, lo que se describe como complicidad u omisión, hechos posteriores cuyo esclarecimiento, en el peor de los casos, no revelará nada sobre los autores materiales e intelectuales del ataque.
La beligerancia retórica del actual gobierno se concentra en las denunciadas responsabilidades menemistas desde el 18 de julio de 1994. Nunca llegaron a decir, claro, que el letal coche bomba fue armado y despachado por esbirros de Menem, pero estuvieron cerca de la imputación.
El conocimiento, profundización y esclarecimiento del episodio puntual fueron relegados a un segundo plano, muy subalterno.
Mientras que los grandes episodios de terror islamista en Nueva York, Madrid y Londres han sido inexorable y exitosamente develados, y los juicios consecuentes establecieron culpas y administraron castigos, en la Argentina, una vez más, fuimos diferentes. Aquí nos embriagamos divagando sobre complots domésticos y conspiraciones locales, hipotéticamente imaginables desde luego, pero a condición de que no anulen u opaquen la centralidad absoluta del crimen realmente cometido.
Se ha procedido de una manera singular en estas latitudes: 13 años después de aquella matanza monumental, sus responsables directos jamás fueron molestados, pero nuestro Presidente sigue “advirtiéndole” a la República Islámica de Irán que intentará que la Interpol ratifique su pedido de captura a seis diplomáticos de ese país acusados de participar en el hecho.
Impresiona el desinterés objetivo con que el fenómeno terrorista es considerado en este país: sabemos y escuchamos más de Menem, Corach y Galeano que de la matriz organizativa, financiera e ideológica de la que nacieron y desde la cual actuaron los atacantes de la AMIA.
Hay en la Argentina, incluso, un ilustrado mundo intelectual judío de perfil progresista, que parece sentir remordimientos o temores a la hora de condenar de manera clara, sin ambigüedades y con la energía necesaria al terrorismo fundamentalista, como si temieran herir susceptibilidades islámicas.
¿Imaginarán que así estarían “criminalizando” protestas legítimas, o que satanizarían a justos combatientes marginados por la maldad capitalista y que sólo atinan a reaccionar contra la explotación y la maldad infinita de Occidente?
Tras los ataques a la embajada israelí en Buenos Aires de marzo de 1992 y a la AMIA de julio de 1994, se implantó con éxito la fantasía maligna del autoatentado: los-judíos-se-pusieron-la-bomba-ellos-mismos-para-victimizarse-y-“capitalizar”-el-episodio.
Esta afirmación ganó espacio en medios, taxis y tertulias varias. La idea de que “estalló el arsenal de los judíos” acepta dos versiones, una generada desde la vieja derecha antisemita y otra desde el “progresismo” antisionista, concentrada en falencias y complicidades posteriores a los hechos, pero que objetivamente retacea o directamente anula la pavorosa primacía de los 107 homicidios (22 en la calle Arroyo, 85 en la calle Pasteur).
Se ha reanimado lo que el subdirector del Corriere della Sera, Pierluigi Battista, denomina “la fiesta complotística”. Al describir la actitud de quienes “llevan leña al fuego de la conspiración universal, la conjura sionista-imperialista que se escondería detrás de la colosal mistificación construida para los medios internacionales por órdenes de la banda de Bush”, el periodista italiano no duda en advertir lo que puede suceder en Occidente al aproximarse el sexto aniversario de los atentados de Nueva York y Washington: “Está operando ya el colorido conjunto de los negacionistas, en el que la derecha y la izquierda no existen más, pero persiste sólo un inextinguible odio por Occidente y por los judíos, a los que, último velo de pudor todavía no eliminado del extremismo ideológico, se los llama ‘sionistas’”.
Nada muy diferente, entonces, de lo que acontece por estas latitudes, aunque el caso argentino es particularmente grave, porque gobiernos y jueces jamás pusieron sus manos sobre nadie y –encima– la formidable campaña para deshacer la investigación permitió que un tribunal exculpara y devolviera a sus negocios habituales a sujetos como el reducidor de autos Telleldín y el policía Ribelli, vinculados con la preparación del 18 de julio de 1994.
Hemos sufrido todas las derrotas y no tenemos ninguna victoria. Seguimos entretenidos con los 400.000 pesos pagados a un informante, mientras que los terroristas ya deben tener nietos.
Mucha gente se engaña, e incluso hasta los propios familiares de las víctimas de la AMIA parecen confundidos. Renunciar a la centralidad del hecho, para entretenerse con complicidades en todo caso menores y –además– nunca probadas, es la mejor manera de condenar a esos 85 crímenes a la impunidad más absoluta, consecuencia directa de ilusionarse con promesas del oportunismo político gobernante, que sólo pretende cobrarse en especie un rentable discurso antimenemista desautorizado por sus alineamientos verdaderos de los años 90.
A los gritos y desnudos: así estamos, en vísperas de un nuevo 18-J. Que la AMIA invite para el acto público proverbial de la calle Pasteur a una corajuda y lúcida catalana, Pilar Rahola, para explicarnos qué es y cómo funciona el terrorismo islamista revela la oscuridad e incertidumbres propias. De ella, de su firmeza, habría que aprender, claro, para sacar las conclusiones justas, porque el otro camino es seguir equivocándose. Pero en la Argentina también hay voces, pocas es cierto, capaces de conjugar verdad y coraje, para terminar con una farsa que alimenta la única impunidad grave, la que permite que los asesinos hayan zafado con tanta comodidad.

Pepe Eliaschev (http://noti.hebreos.net/)
Vídeos gracias a Andrés:


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3 comentarios:

  • Lo que falta es condenar sin ambiguedades el terrorismo islámico que asesinó 85 personas. Y arrestar a los culpables y sus cómplices, que ya se demostró quiénes fueron en la declaración del fiscal Nissman junto con sus respectivas pruebas.

    De Anonymous Anónimo, A las 7/16/2007 4:24 p. m.  

  • y los policias que estuvieron involucyados,estan presos o no?

    De Anonymous Anónimo, A las 7/16/2007 6:26 p. m.  

  • año a año mi corazon sufre,se que se pudo evitar.

    De Anonymous Anónimo, A las 7/24/2007 3:29 a. m.  

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